Marxismo cultural. Notas para una investigación futura.

Un fantasma recorre el mundo, el fantasma del «marxismo cultural». Contra este fantasma se han conjurado en santa jauría todas las potencias del poder capitalista, el Papa y los conservadores, Disney Company y Warren Buffett, los fascistas y un montón de niños rata. No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de marxistas culturales, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante. De este hecho se desprenden dos consecuencias: La primera es que el marxismo cultural se halla ya reconocido como una fuerza por todas las potencias. La segunda, que es ya hora de que se expresen a la luz del día y ante el mundo entero las ideas, tendencias, aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del fantasma y sea descubierta la mentira.

Un poco de historia conspirativa.

Como teoría conspirativa tiene dos vertientes: por un lado está la clásica conspiración judeo-masónica y marxista, por otro la conspiración multiculturalista antiblanquista. En ambos casos, lo que se quiere es socavar los valores e instituciones tradicionales (que han demostrado ser súper buenas en la historia) para implantar una sociedad global igualitaria y multicultural vacía, frente a la sociedad plena de significado que sigue la Ley Natural de Dios. Aunque esto viene después, porque el origen se situaría en el artículo de 1992 «The New Dark Age: The Frankfurt School and ‘Political Correctness’», de Michael Minnicino (aunque uno se puede remontar más atrás, hasta Mises, por ejemplo). Los fascistas entonces ya estaban escamados con eso de lo «políticamente correcto», y es que siempre ha jodido que te obliguen a dejar de abusar de los débiles, no es un fenómeno nuevo.

El caso, más o menos Minnicino argumentaba esto pero haciéndose la víctima: los poderosos dueños de los medios de comunicación y las universidades —todos, casualmente, llamados «Soros»— estarían manipulando a las masas con eso de la corrección política, método novísimo de censura, con el objetivo de destruir la cultura occidental. Esto habría sido una estrategia inventada por la Escuela de Frankfurt, especialmente por Adorno y Horkheimer en sus estudios culturales, para subvertir desde dentro del capitalismo y la democracia occidental sus bases (ya os digo yo que he escrito 300 páginas sobre Adorno que ya le hubiera gustado haber pensado eso al calvo). Tomaría además de Gramsci la idea de «larga marcha a las instituciones», que tendría como objetivo esa introducción en el sistema a través de los mecanismo democráticos.

Tiene sentido que esto apareciera en los noventa. Con la caída de la Unión soviética el conservador estadounidense se quedaba sin su enemigo principal, y dedicó toda esa década a inventarse uno (aunque ya llevaba largamente trabajando en la ofensiva cultural desde la época Tatcher-Reagan). Ahora los comunistas ya no estaban en el poder en un Estado perverso y malvado, sino que se había visto obligados a introducirse en la sociedad occidental como ratas —como ya habían hecho los judíos— para socavar sus cimientos. Los marxistas, cobardes y traidores a su raza, lo único que buscaban era destruir los valores occidentales que había traído la democracia y la libertad, y para eso se valían de su influencia en la cultura, el único ámbito al que podía aspirar. (Porque todos sabemos que los comunistas de economía no entendemos ni papa, pero los conservadores no saben hacer la «O» con un canuto. Es el ciclo de la vida, win-win). A esto se le unió a principios del nuevo milenio la amenaza fundamentalista islámica. Ya quedó todo asentado: los marxistas están ayudando a los terroristas a destruir Occidente, estos desde fuera, aquellos desde dentro. Así se acopla el multiculturalismo. ¡Ah! Y los judíos, porque Adorno y Horkheimer eran judíos, y volver a meter el antisemitismo en estas cosas es gratis.

Desde entonces ha ido escalando a la política y el debate público especialmente a través de financiaciones privada a grupos como el Tea Party, generando un alto nivel de conflicto social pero de escaso nivel intelectual.El último momento de esta escalada es el «debate del siglo» protagonizado por Zizek y Peterson. Éste, uno de los actuales heraldos del (anti) marxismo cultural, fue señalado por el primero como mamporrero del programa alt-right. Y Peterson se sintió muy ofendido, así que le lanzó el guante, y se preparó un debate. El resultado fueron dos horas lamentables con un señor repeinado que apenas si era capaz de articular dos frases sin contradecirse y un esloveno desaliñado haciendo «sniff».

Miento. Los últimos momentos de esta escalada fueron el atentado de la isla de Utoya, el de Charleston, el de Christchurch, el de Quebec. Porque, sí, los jóvenes blancos que cogieron sus rifles para asesinar a musulmanes, negros, o «socialistas». Breivik puso en su manifiesto que el enemigo era el Islam y el «marxismo cultural». Y los promotores del discurso de odio de frotan las manos, porque esto es lo que querían: que otros hicieran el trabajo sucio y desviaran la atención mientras continua el expolio de la clase obrera y del Tercer Mundo. A pesar de los gritones de muertos del comunismo, estos asesinatos son patrimonio exclusivo de la derecha, de esa derecha reaccionaria que se ha tenido que inventar enemigos para poder seguir abusando, oprimiendo, y expoliando a la sociedad. Y no parece tan descabellado que un puñado de jóvenes con problemas de algún tipo asuman estas ideas y las defiendan criminalmente; el problema surge cuando el grueso de la sociedad asimila sus premisas, y todo se descontrola.

Enantiología.

Breve recapitulación: la idea de «marxismo cultural» no aparece desde el marxismo sino desde la derecha que se figura que la transformación de la sociedad que se opera en torno a los años sesenta y setenta no responde a la evolución de los valores naturales de la sociedad Occidental —democracia, libertad, propiedad privada, tradición, etc.— sino a la infiltración de ideas ajenas a estos valores y que el resultado es o será la destrucción de la sociedad Occidental tal y como la conocemos, intercambiada por un sistema autoritario comunistas sin valores y sin alma. Detrás de esto hay un montón de ricos que observan con pavor cómo alguien que no son ellos amenaza su posesión de todo. Uno de los mayores difusores fue Pat Buchanan, un opinólogo páleoconservador que ha usado su tribuna para acoplar a este discurso todo lo que ve como un enemigo de los valores tradicionales, de homosexuales, humanistas, feministas, ecologistas, negros, mujeres en general,… Al bueno de Pat no le gusta más que su Golden Retriever, color blanco hueso.

Pero, ¿qué es eso de los «valores tradicionales»? Pues, básicamente lo dicho: todo lo que un hombre blanco, rico o privilegiado, occidental, cis-hetero, considere que atenta contra sus privilegios, que al final se articula en un mejunje conservador, religioso, capitalista-liberal pretencioso. Y el marxismo cultural iría completamente en contra de sus privilegios. Se han dicho cosas como que Marcuse y Fromm (otros dos filósofos de la Escuela de Frankfurt, judíos) crearon la «ideología de género» al criticar las construcciones de la sexualidad en la sociedad burguesa, y su carácter opresivo (Foucault se libró porque no era judío), de modo que se racionalizaba la introducción de perversiones sexuales en la normalidad de las relaciones íntimas, degradan la monogamia heterosexual tradicional transmisora de valores y verdadera fuente de crecimiento (porque por el culo no nacen los bebés).

Me sorprende que con lo charlatanes que somos lo marxistas y comunistas con nuestras cosas de marxismo y comunismo no haya nadie marxista o comunista en esta época diciendo «mirad, camaradas, nos equivocamos: la revolución no se hacía en las calles sino en los canales» (Roures lo aprobaría). De hecho, se argumenta tan fuertemente que el marxismo cultural es algo creado por el marxismo que, oh, pobres conservadores, es tan fuerte que la indefensa derecha ha tenido que terminar asumiendo sus postulados, ante el avance imparable de esos degenerados. Es todo un proceso de «creación del enemigo», un estudio enantiológico en toda regla que termina infiltrándose realmente en la sociedad y generando terroristas blancos. Pero a los terroristas y los grupos supremacistas se los identifica bien (suelen llevar una cruz los señala, para verlos bien); el problema viene cuando toman la posición de víctimas y ciertos sectores de la izquierda se consideran en una falsa posición de fuerza en el conflicto simbólico.

Lo malo del «marxismo cultural» es cuando pasa de ser una teoría conspirativa a ser una teoría asimilada por los propios marxistas. Decía Roberto Saviano que la mafia italiana no había sido nunca como se mostraba en las películas de Hollywood, sino que Hollywood se inventó un modelo de mafioso que los miembros de la Camorra, la ‘Ndrangheta, la Sacra Corona Unita o la Cosa Nostra han copiado. La cultura de masas inventó al mafioso contemporáneo, no al contrario. Algo parecido ha ocurrido con el militante socialista, comunista o anarquista: la cultura diseñó el uniforme simbólico que los militantes iban a llevar. Porque militar en Occidente nunca se pareció a la vanguardia bolchevique de principios del siglo XX ni a la Unión soviética de la segunda posguerra mundial.

Aquí hay dos tipos de respuestas: los que dicen que sí que existe el marxismo cultural y es un mal uso del marxismo, y los que dicen que no existe pero asumen todos sus presupuestos. Los primeros consideran que cierto discurso marxista se ha convertido en «ideología», en doctrina, en dogma, algo completamente contrario al marxismo. Es correcto, pero su problema no se encuentra en tener razón en la descripción del marxismo «verdadero», sino en asumir la existencia del marxismo cultural como real, porque esto los vuelve en contra del marxismo. Al aceptar un engendro teórico medio gramsciano medio frankfurtiano, tienden a impugnar todo un ámbito de la reflexión marxista que es importantísima para analizar el presente, lo cual los vuelve estúpidos. Sin embargo, los segundos son más peligrosos.

Tenemos un grupo amplio de rojipardos cripto-falangistas que ponen la defensa de la unidad nacional y de en general «lo nacional» por encima de otras luchas, a los que últimamente se está uniendo cierto sector comunista anti-queer que han leído «cocreta» en aquello que decía Marx y Lenin de la crítica concreta de la situación concreta, y son más obreristas que uno que lleva ajustando cigueñales veinte años en la Seat. Este grupo de militantes de izquierda considera que la larga marcha a través de las instituciones y la infiltración del marxismo en la cultura de masas es cierta, pero que se ha pervertido derivando hacia posiciones pequeñoburguesas que desvirtúan la lucha; que las luchas culturales son una pérdida de tiempo y que es culpa del marxismo cultural que no se haya avanzado, e incluso se haya retrocedido, a discusiones meramente simbólicas que no afectan nada a la realidad material. En definitiva, que se ha abandonado la lucha a los dictados del capital.

En medio de este conflicto encima una fantasmagoría, está la masa de población más o menos ignorante de los tejemanejes profundos de la historia pero que, a base de escuchar campanas, se ha creído que tiene que ir a misa. Cuando se bombardea a la población con mensajes confusos que hablan de amenaza de la forma de vida, de que todo va a ir a peor, de amenaza interna, y de todos esos cuentos, mientras que quienes son el aparente objetivo se enfrascan en discusiones vanas que aparentan un conflicto estratégico interno que da base a la confusa amenaza, es cuando surge el enemigo, aunque no esté muy bien delimitado. Cualquiera puede ser el enemigo.

Cómo combatir un fantasma.

La batalla contra el marxismo cultural se ha dado en el plano de la cultura de masas, como es lógico, y ha tenido especial incidencia últimamente en los medios audiovisuales, en cine, serie y videojuegos. Según los trvegamers y diversos autodeclarados cinéfilos, los SJW (Social Justice Warrior) están forzando la inclusión de la «diversidad» en las obras; se está forzando a que haya negros, homosexuales, mujeres, en las diferentes obras, cuando es obvio que en la realidad son una minoría y no puedo identificarme y disfrutar de un juego si la protagonista es mujer —dice el joven blanco mientras controla a su Tauren druida nivel 120—. Esta inclusión forzada de diversidad sería marxismo cultural, que quiere socavar los valores de la sociedad occidental (porque es obvio que en Occidente no hay negros, mujeres ni homosexuales).

Se ha criticado también mucho que el marxismo se ha ocupado de hacer que toda obra humana tenga contenido político. Así es, de eso va el marxismo, de que todo es política. Pero si se lee aunque sea un poquito, una miaja, nada, tres líneas, de cualquier obra de crítica cultural o artística marxista, se verá que también se habla de valores estéticos, crítica filológica, sobre lo bello y su valor. Sin embargo, el marxismo no puede escamotear de la realidad el hecho de que sigue habiendo hambre, desigualdad, explotación, miseria, opresión,… y que las obras de arte son vectores de reproducción de todos los valores que sostienen este estado de opresión. Si a alguien le importa tanto que haya negros en un videojuego, probablemente sea un racista; si importa tanto que haya mujeres, probablemente sea machista; si importa tanto que haya homosexuales, probablemente sea homófobo. A lo que se une lo curioso de que un «marxista» (así, en términos vagos) pueda disfrutar de forma crítica obras racistas, machistas y homófobas, pero un crítico del marxismo cultural nunca pueda disfrutar ni crítica ni acríticamente obras que aspiran a la diversidad, a la igualdad, a la fraternidad.

Pero que nuestra superioridad moral e inteligencia no nos relaje ante la amenaza idiota. El fantasma del marxismo cultural es una amenaza contra el proyecto emancipador, porque transforma una lucha hermosa por la felicidad universal en una conspiración subterránea y tiránica. Han conseguido darle la vuelta, ese es el problema. En sentido estricto, los críticos de ese fantasma tienen razón: el marxismo es una teoría enfocada en la práctica política que busca la emancipación social, y eso implica la destrucción de la sociedad represiva, en nuestro caso, la democracia liberal burguesa en el marco del capitalismo. Pero, ¡oh, sorpresa! No es ninguna teoría conspirativa. ¡Está ahí! ¡En todos los jodidos textos escritos por marxistas desde El manifiesto comunista! En octavo menor, encuadernación rústica, en diferentes lenguas en todas la putas librerías del mundo. Es público, al alcance de todo el mundo, y presente en la mayoría de libros de historia que hablen de los últimos doscientos años del mundo. No hay teoría de la conspiración, hay teoría de la revolución.

El marxismo cultural fue ideado como fantasma para liar en las cortinas las verdaderas discusiones dentro del marxismo, para enrevesar las discusiones públicas a temas en las que los conservadores conspiranoicos se sienten cómodo, que es allí donde los argumentos y la razón son incapaces de hacerle frente. Por eso, la discusión tiene que volverse en su contra volver a sacar a la luz toda la potencia del discurso revolucionario que quiere cambiar el mundo para que todas las personas, en todas partes, en todos los tiempos, vivan bien. Por eso hay que sacar a la luz el único discurso que defiende eso, que defiende la vida por encima de todo. La reacción será terrible; ya se está viendo en los Estados Unidos, en Rusia, aquí en España. Sólo nos queda militar y que sea lo que Marx quiera.

Un pensamiento en “Marxismo cultural. Notas para una investigación futura.

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