[John Mayall – Blues from Laurel Canyon]
La relación de Adorno con Hegel es… desigual. Dicho coloquialmente, Adorno es el típico niño rata que odia a un youtuber pero que después le imita. Un wannabe, vamos. Aunque esto es despreciar demasiado a Adorno. Dicho de otra manera, Adorno critica en prácticamente todo a Hegel, pero no puede evitar usar su método y seguir su pensamiento en prácticamente todo, porque su método es EL MÉTODO. La deuda de Adorno con Hegel es inmensa. De hecho, si Marx fue un joven hegeliano que se salió del tiesto y creó su propio camino, Adorno es un marxista convertido en joven hegeliano y radicalizado en su seno. A pesar de todas las críticas, Adorno es un hegeliano de hecho, aunque eso no le quita que edípicamente atente reiteradamente contra su padre (intelectual). Me gustaría dedicar esta entrada precisamente a algunos de esos ataques al genio del mal que Hegel supuso para Adorno, y a por qué, en parte, se equivocaba.
Porque leyendo a Adorno se nota al mismo tiempo la admiración y el desprecio que siente por Hegel. Lo admira, sí, pero piensa que podría usado todo su poder (intelectual) para hacer el bien, y no para, según Adorno, y siguiendo la tónica general de la crítica marxista a Hegel (excepto señeramente Lukács), justificar una serie de injusticias que, apoyadas en el sistema hegeliano, malinterpretándolo, podríamos decir, han provocado los peores desastres humanos de la historia, desde el capitalismo burgués hasta el nazismo y Auschwitz. Pero Adorno también atribuye a Hegel parte de culpa. más allá de las malinterpretaciones. Y es que, en su idealismo, Hegel fue para Adorno un profundo sociópata. Una sociopatía que nace del querer aspirar a lo universal.
Todo el problema se centra, resumidamente, en el interés de Hegel en la libertad. Se suele llamar a Hegel el «filósofo de la libertad», pues parece que toda su filosofía está construida en torno a la consecución de una libertad absoluta con la reconciliación con el Espíritu Absoluto. Pero claro, la lectura que se hace de este camino hacia la libertad en la reconciliación con el Espíritu Absoluto se hace desde la necesidad de este camino, es decir, de que el mundo, más allá de sus problemas concretos, de sus pequeños e insignifcantes quehaceres históricos, se dirige a hacia dicho objetivo. Esta necesidad, considerado de un optimismo metafísico excesivo en Hegel, y de excesiva importancia, no ha gustado a lo largo de la historia. Ya Marx hizo esa «inversión» de Hegel (que a día de hoy ya no se considera tal, que Hegel era tan materialista o más que Marx, y que el idealismo es un invento difamatorio de los haters) para acercarlo a la tierra, pero no fue suficiente. Hegel ha continuado siendo, básicamente, un justificador de los horrores del mundo en pos de la consecución de la libertad absoluta. Esto es, se usa a Hegel como justificación de las injusticias como necesarias para el avance histórico. Hay al respecto un argumento muy manido: gracias a Auschwitz tenemos la Carta Universal de Derechos Humanos. I.E.: era necesario que Auschwitz ocurriera para que se declararan ciertos derechos humanos universales inalienables. Hegel hace el mal por nuestro bien.
El caso es que Adorno está en contra de este uso de Hegel pero no está tan lejos de considerar que Hegel pensaría (tal vez) algo así. Porque, en esa vocación de universalismo y libertad absoluta, Adorno acusa a Hegel de una cosa muy concreta: de robar la Navidad. No es así pero más o menos. En su vocación libertariosa, Hegel pasa por encima de todas la gente, sin importar sus vidas. Hegel pisotea la felicidad de la gente y la arroja al barro, como esas florecillas al borde del camino que aplasta el carro siempre veloz y al avance del progreso. En resumen, Adorno acusa a Hegel de antieudemonista. En su afán de libertad, Hegel se olvida de las vidas concretas de la gente, que ya serán felices cuando sean libres. Y Adorno, con mucho tino, se pregunta; ¿merece la pena una vida infame bajo la promesa (nunca cumplida ni cumplible) de una gran felicidad futura en el mundo de la libertad? La verdadera injustica que ve Adorno en Hegel no es que la historia tenga que ser necesaria (que también, como señalaré más adelante), sino que se olvide la vida concreta, de la singularidad, Adorno no puede querer la libertad prometida, a pesar de que sea su sueño, mientras alla una persona que sufra en el mundo. Mientras haya sufrimiento, nadie puede atreverse a decir que quiere conseguir la libertad absoluta, por el medio que sea. O sí, si el medio es la consecución de la felicidad universal. Así que, desde la negatividad adorniana, nos encontramos que la libertad hegeliana, nuestra reconciliación con el Espíritu Absoluto, no es posible, porque somos imperfectos, corruptibles, a fin de cuenta morimos, somos trozos de carne con achaques, pena, etc. La felicidad universal es imposible, por lo tanto la libertad también. ¿Qué hacer? Caminar hacia la eliminación del sufrimiento: ese simple gesto ya nos hace mejores, aunque no alcancemos el Fin de la Historia.
Porque esa es otra. Seguimos a vueltas con la necesidad y la Historia. Porque, claro está, desde la perspectiva de ese Hegel maligno que quiere llevarnos a los cielos por el camino directo de la necesidad, no importa cuantas fosas dejemos por el camino, que al final, más pronto que tarde, la reconciliación universal llegará, el reino de la libertad nos lavará los pies. Pero seguimos en lo mismo: ¿qué pasa con los habitantes de las fosas? ¿Hay que ser tan cínicos? Claro está, Adorno dice que no a Hegel, que eso del Fin de la Historia es una utopía, y que hay que desconfiar de las utopías porque son ideológicas, porque te quieren vender una moto que no es la de la foto. En la misma tónica, mientras que Hegel, el Señor Oscuro, diría que todos los eventos que han ocurrido en la historia son las piedras que necesariamente pavimentan el camino al Espíritu Absoluto, es decir, que Auschwitz era necesario que ocurriera, Adorno dice que no, que esas piedras no son necesarias, que pueden ser otras, que el camino no está definido. Es decir, que los eventos que definen el devenir histórico no son necesarios, sino contingentes. Y que la historia no es un contínuo, no hay una continuidad necesaria, sino que se compone de fragmentos, de discontinuidades que llegan a tener un sentido consistente, pero nunca necesario. Porque la historia la escribimos las personas, no se escribe por sí misma según su desarrollo predeterminado.
Este Hegel que critica Adorno sería un villano meticuloso, que lo tiene todo calculado al milímetro, y cada evento preparado. Y aunque en parte es así (por condiciones históricas muy sencillas), creo que Adorno no fue un lector demasiado atento, a pesar de su deuda y su admiración a Hegel. ¡Ojo! Que me puedo equivocar, porque yo hasta ahora he leído en profundidad parte de Adorno y poco a Hegel. Estoy en proceso de subsanarlo. Tengo la Fenomenología del Espíritu en mis manos (y la Dialéctica Negativa en la estantería). Veremos qué saco en claro.