Creo que en algún sitio ya he hablado de Youtube y de los youtubers de forma específica, aunque no recuerdo dónde. Sea como fuere, las reflexiones que quiero compartir hoy me vienen rondando desde hace mucho. Como suele pasar, aunque hable de youtubers, esta entrada no va sólo de ellos: los buenos escritos siempre van de otra cosa. Pero mi reflexión comienza con ellos, y con la curiosa comunidad que ha construido internet. Hace relativamente poco hubo una polémica con ElRubuis y la prensa, que se resume (y se puede buscar información: hay bastante) en que «el mundo», los no «integrados» en internet y sus dinámicas, no entiende, y a veces ni lo intenta, el fenómeno de los youtubers y los trata con desprecio o con condescendencia (también se puede recordar la entrevista de Risto Mejide al mismo youtuber). Mientras esto sucede «pantallas afuera», dentro del espejo negro se configura otra forma de entender no sólo el fenómeno de Youtube, sino yo diría que se está encargando de interpretar heteróclitamente toda la realidad.
¿Por qué esta dicotomía? ¿Por qué cuesta tanto? Y no lo digo sólo por los «de fuera» que no «entienden internet», también por los «de dentro», que miran afuera con desprecio, con ese desprecio juvenil hacia lo viejo. Creo que es algo que va más allá de la división viejo-nuevo (o joven-viejo), aunque sea una división acertada y fructífera. Pero tendemo a dicotomizar como si hubiera que desechar una de las dos parte: soy viejo y no me gusta lo nuevo, me asusta, me resulta extraño, no estoy preparado y no soy capaz de prepararme; o soy nuevo y lo viejo es arcaico, inútil, incómodo o casposo, y hay que mirar al futuro, a las nuevas cosas que salen. Como apunte, es curioso el tema de los revival y el retorno de las modas: a día de hoy, adultos que rondan los treinta están enfrascado en el revival nostálgico de los ochenta y los noventa, recuperando objetos y modas consideradas antes «horteras», identificándose con elementos que en su momento les parecieron tontos o demodé por la inserción de ese relato consumista de la ideología capitalista de la necesidad de «ser y estar» siempre joven, que se traduce superficialmente con el retorno de ciertas modas de «las juventudes». Pero sobre juventud ya hablé en la entrada anterior. Y aún así, estos «nuevos jóvenes» («viejóvenes» los llaman), en muchos casos, son reaccionarios ante los nuevos fenómenos, en los cuales no son capaces de integrarse más allá del modelo consumista de «yo poseo X, yo pertenezco a su comunidad»: por ejemplo, desde el momento en que se posee cierto objeto (una consola, un IPhone, etc.), o se pertenece, aunque sea nominalmente, a cierta comunidad (Youtube, Forocoches, grupo de gente poseedora de una consola o un IPhone, grupo de personas que se formó durante los ochenta, etc.), aparece el derecho de opinión por encima de cualquier razón, cosa que Internet intensifica mucho. Pero esto no significa que estén integrados en las comunidades de Internet, del mismo modo que las comunidades formadas dentro de Internet (que engloban en parte a los llamados «nativos digitales») estén mejor integradas en el mundo que les rodea, para el cual Internet no tiene la sustantividad que tiene para ellos.
Pongamos como otro ejemplo esa idea extendida (por lo tanto, ya de sentido común) de que Internet «liberaliza» los contenidos, los convierte en colectivos, deslimitando su autoría y difuminando las responsabilidades sobre él. «Cuando subes algo a internet ya es de todos». Por el hecho que se tenga acceso libre a algo no significa que puedas apropiarte de ello sin consecuencias. ¿Por qué pensar así cuando es algo que nunca ha funcionado de tal manera en el mundo? La deslimitación de la persona que crea internet es un problema, tanto para aquellos que ya se consideran una identidad deslimitada (¿Líquida?) dentro de la red como para aquellos que quieren seguir manteniendo una identidad sólida en ese entorno. El conflicto surge. Obviamente existen una responsabilidades, no ya legales, sino éticas sobre los contenidos como ha existido siempre. Lo que está en internet no es de todos: es del creador del contenido. Que exista la posibilidad de acceso por parte de «todos» obviamente no implica propiedad. Se enfrenta al concepto clásico de propiedad inmueble: la tierra es de quien la trabaja. Dado que en la «nube» no se puede limitar el espacio, la inexistencia de una barrera física de propiedad genera un relato colectivista absurdo. Del mismo modo que «no te pueden cobrar por respirar», porque el aire no se puede «limitar» (tiempo al tiempo), se aplica igual a Internet. Y la comunidad que se construye a través de ideas como esta es muy interesante, pero también muy «peligrosa» (como todo: las oportunidades de la energía nuclear llevaba dentro el arma de destrucción masiva).
La comunidad en Internet se ha construido las más veces en torno precisamente a la fluidificación de la identidad. La posibilidad de acceso a los más variopintos foros, la irresponsabilidad de las acciones derivadas de la deslimitación de la identidad, y la sensación de poder derivada de esto hacen de Internet un medio intenso. Por ejemplo, las comunidades más activas suelen ser las relacionadas con los videojuegos, que resulta que son de las más tóxicas. La habilidad no contrastada de un usuario en un juego como League of Legends frente a la carencia de ella en un novato (despectivamente «noob») es motivo de un escarnio brutal. Y así otras veces, con historias que podrían llenar un libro. Considero que estas actitudes se deben a que en la mayoría de los casos son inalcanzables por la responsabilidad del mundo material. Es decir, no se suele permitir que en un partido de cualquier deporte entre jóvenes ningún tipo de violencia, y si la hay, se castiga, porque existen ciertas normas sociales que prescriben un buen comportamiento. Pero Internet parece ajeno a esto, más allá del poco efectivo baneo (una identidad nueva y solucionado). Lo mismo con esas estúpidas «venganzas digitales» contra exnovias, en páginas para subir fotos íntimas con el objetivo de denigrarlas. Fuera de la red esto también se hace, pero la persecución suele ser más fructífera que en la red, donde la multiplicación, reproducción de los contenidos, la descarga, etc., hace del olvido digital una necesidad.
Pero entonces, atendiendo a todos esto problemas (y más que hay), ¿qué hacemos? ¿Despreciamos lo nuevo con ingnorancia condescendiente? ¿O lo abrazamos irreflexivamente diluyéndonos en la red? Son cuestiones difíciles y yo sólo suelo apuntar el problema y dar pocas soluciones. Son problemas del día a día, con los que se va experimentando a medida que lso vamos conociendo. Y con respecto a esto, creo que, obviamente, ni hay que despreciar ni hay que abrazar nada. La mayoría son problemas técnico o de actitud, lo cual se suele solucionar (a largo plazo) con una buena educación. Pero es que esto de ir a dos tiempos, unidos inextricablemente, no es algo nuevo, que nos sorprenda con Internet. La incomprensión de algo dándose al mismo tiempo que su aceptación sin reservas es parte de la historia. En los EE.UU., la cuna de libertad y oportunidades, es el país que probablemente más pornografía produce y consume, y es al mismo tiempo el país más puritano (más fundamentalista en ocasiones que algunos países musulmanes), donde ver los pechos de una mujer en el cine o la televisión se considera obscenidad, y a esa mujer (¡sin entrar en el cine de adultos!) se le trata poco menos que de «indecente». O que en Francia, también origen de nuestros derechos modernos, sobre todo en lo relacionado a la ciudadanía (desde el «cosmopolitismo»), sea uno de los países donde mayores desigualdades e injusticia social hay en lo tocante a la integración de los inmigrantes de segunda y tercera generación.
Mi padre me dijo hace mucho, sobre algunas cuestiones relacionadas precisamente con la implicación o no implicación de la juventud en temas sociales, que el mundo es como un péndulo: va de lado a lado, de extremo a extremo, constantemente, y mientras en un extremo hay, por ejemplo, una juventud inconsciente, desinteresada por los asuntos políticos, desinteresada en pensar, en el otro extremo hay una juventud muy implicada, muy consciente, y trabajando día a día en cambiar las cosas. Tal vez fue la primer vez que escuché (tal vez no de forma intencional) una forma de explicar la dialéctica. Progreso y barbarie, como el trigo y la cizaña, van entrelazados. Creo que hay que aceptar eso y trabajar sobre ello, apoyándose en ello, y no intentar erradicar uno de los dos lados. Ese puede ser un gran error.