No vi La Gran Belleza en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, no recuerdo que año (aunque es de comprobación fácil), porque me coincidía con otra película que también quería ver, y, no recuerdo atendiendo a qué criterio, la dejé en favor de la otra. Tampoco recuerdo si el resultado fue satisfactorio, si me mereció la pena. Supongo que el hecho de no acordarme de la/s película/s ya significa algo. Pero se quedó en pendientes. Cuando la ví se convirtió automáticamente en una de mis películas favoritas (el SEFF me ha dado algunas). Y con ella empecé a seguir a Paolo Sorrentino. Y así que aparece Juventud, una narración que se me antoja contrapartida (complementaria quizá) de La Gran Belleza. En la cinta romana la pasión, la «belleza», está plena, plaga todo. El ambiente es pura exhuberancia, opulencia descontrolada que termina siendo decadente. Es una historia de hedonismo, de final del Imperio, una historia helenista. Y en este ambiente de plenitud y decadencia, precisamente por esto, la «belleza» se encuentra desgastada: todo es belleza, entonces nada es belleza. La pasión plena devalúa la «verdadera» pasión. Y lo que hace Jep Gambardella, al «final de su vida», en ese movimiento de «fin de la Historia», es reencontrar la Gran Belleza y reconciliarse con ella, una belleza que busca en «las raices» y, por supuesto, en la sencillez. En Juventud lo que hay es un esquema contrario o, en todo caso, discordante. Mientras que en La Gran Belleza todo es pasión y exhuberancia y hay que discriminarla para encontrar lo auténtico (y cuidado con este concepto), en Juventud no es que no haya nada de pasión, es que la pasión está contenida y latente; todo es tranquilidad. La pasión es suspendida voluntariamente, pero los personajes quieren huir de algo de lo que no se puede huir.
Aunque sea una aberración analítica, me gustaría hablar de los distintos personajes, y ver de qué modo se manifiesta esa «pasión suspendida». Obviamente el protagonista es Fred Ballinger (Michael Caine), compositor y director retirado, pero no tanto porque sea el «protagonista» en un sentido fuerte, que sea él de quien se está contando la historia. Eso no es lo importante. Ballinger es el protagonista en tanto que él es el nodo al que las distintas experiencias del resto de personajes van a parar. Él va modulando la historia a través de su desidia, pero al final no es más que un reflejo de lo que sucede a su alrededor, al mismo tiempo que un «reflectante de reflexión»: es la figura callada necesaria para pensar en voz alta, el dialogante silencioso, que permite vernos a nosotros mismos. Por supuesto tiene su propia historia, es el eje de esa pasión suspendida, pero su quietud exacerbada puede parecer en ocasiones impostada, porque la suspensión voluntaria de la pasión (de la juventud) está forzada. Quiere alejarse de algo que le recorre continuamente, pretende haber abandonado el «mundo», cuando no deja de estar presente en él: no puede evitar «dirigir a las vacas», dirigir al paisaje, desde su tocón de madera, estrado primitivo que, de forma contenida, canaliza su genio. La historia de Ballinger es la más sencilla, y la que tenía una conclusión más «lógica» dentro de la trama. La historia de Lena Ballinger (Rachel Weisz), su hija, se puede decir que es similar a la del padre, con una diferencia marcada por el tiempo: Fred sabe perfectamente lo que contiene, de lo que huye; Lena, aunque no es una adolescente, todavía tiene tiempo de «buscar de qué huir». Lena también va al retiro suizo para escapar de sus problemas en el mundo, pero su huída es en términos poco claros, turbios (y no estoy menospreciando los problemas de tipo amoroso, que a fin de cuenta son los que funcionan en el fondo de la historia). Lo que quiero decir es que no tiene definido el sentido del deseo. Decía Roberto Benigni en El tigre y la nieve al pedirle a sus alumnos que escribieran un poema algo así como «no escribáis poemas de amor, eso hacedlo cuando tengáis ochenta años; ahora escribid sobre cosas simples, una mesa, un paisaje, etc.»
Más interesante, aunque menos estructurables, son las experiencias de la gente del cine, sobre todo la historia de Mick Boyle (Harvey Keitel), director de cine amigo de Fred. Quiero pensar que a él se le ha sustraido la pasión, de alguna forma ignota. Él es un apasionado, quiere hacer una buena película, está entregado a ello, quiere crear arte, y va allí al retiro con un grupo de jóvenes guionistas para escribir un gran guión. No tiene pasión, tiene entusiasmo, una pasión vacía. La verdadera pasión se le ha sustraído o se le ha agotado, no sabría decirlo. Y, en cierto sentido, él lo sabe, por eso se hace acompañar de ese grupo de jóvenes: quiere impregnarse de ellos, quiere recuperar eso que le falta. Pero no lo consigue, o al menos eso suponemos, porque no parece terminar con sus intenciones. Simplemente Brenda Morel (Jane Fonda), su actriz principal para la película, cuando aparece, le obliga a darse cuenta de su vacuidad, y de que el entusiasmo no crea obras de arte, sino la pasión. Ella lo sabe porque ella lo sufre. Entonces todo el impulso de Mick se desvanece; el entusiasmo, una vez derribado, deja a la vista el más grande vacío. Un vacío que, por otro lado, quiere ganar Jimmy Tree (Paul Dano), también actor, y tal vez el personaje que más tiene que ver con La Gran Belleza, porque él si es un personaje apasionado, que ha salido del mundo para vaciarse, en busca de los gestos, de los movimientos, de las expresiones fundamentales, más allá del abarrotado mundo, más parecido a la plenitud romana que a la calma suiza. Él, como Jep Gambardella, busca la mínima expresión de la pasión, y por eso se fija en los personajes anteriores, que le acompañan, que se contienen, que suspenden su pasión, pero que no pueden dejar escapar pequeños gestos que recuerdan quienes eran antes del retiro. Estos pequeños gestos son los que manifiestan la pasión suspendida. Por último está esa parodia de Maradona, con Marx tatuado a toda espalda. Él es el niño que le hacía falta a la película. Es decir, aquel que no puede ni quiere dejar de ser un apasionado, a pesar del retiro y de las limitaciones que pueda sufrir.
Recomiendo ver ambas películas, La Gran Belleza y Juventud, como cintas complementarias, que hablan de lo mismo, pero desde puntos de vista de la experiencia diferentes. Ambas enseñan la persistencia de la pasión, a pesar de todo. (Y recordar que, a pesar de lo que diga Google, la pasión no tiene que ver sólo con el sexo).
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