Expectativas y destinos

[The Sumner Brothers – Going out west]

árbol de la vida

Árbol de la Vida

En algún escrito anterior comenté que realmente sólo leemos un libro en toda nuestra vida. Dije algo así como que leemos un libro porque lo que estamos leyendo no es en realidad distintas historias, sino lo que queremos leer en los libros. A fin de cuentas, leemos nuestra historia, es nuestra voz la que recrea las historias. Somos narradores de nuestras propias experiencias a medida que se suceden. Y cada libro es una experiencia propia nueva. Todo libro que se lee (incluso que se «relee») es una forma de experiencia, que habla de nosotros mismos y de nuestra voz. Puede ocurrir que un libro se convierta en un dejavú intelectual, o incluso, una sorpresa que se vuelve indiferencia porque se esté leyendo aquello como un duplicado de la conciencia. Releyendo, ahora a la «vejez», El árbol de la ciencia de Baroja, me ha ocurrido esto. La sensación de estar leyendo los diarios secretos de mi propia conciencia, diarios que, tal vez en la inconsciencia del sueño, han recogido mis reflexiones sobre la vida, la ciudad, el pueblo, las personas, etc., fue chocante. Las experiencias y pensamientos de Andrés Hurtado, exceptuando por su corte schopenhaueriano, me resultan tan familiares, que perfectamente podría haber sido yo quien redactara la novela. Lo peor de todo es que de hecho, en toda su amplitud, la novela no difiere de la realidad. Seguramente de su realidad inmediata no (la España finisecular decimonónica); pero es que su análisis de la sociedad española, de sus gentes, de sus pueblos y ciudades, para una persona con una formación similar a la de Hurtado, le tiene que ser afín. Es terrible comprobar que en un siglo apenas si ha cambiado la sociedad española. Sin embargo, esto es lo que menos me interesa ahora. Si bien es cierto que «me he leído» al recorrer las descripciones del pueblo de Baroja, de las actitudes de las gentes, y demás, esta presencia de la conciencia en el texto se vuelve angustiosa cuando deja de ser presencia y se vuelve destino. Me leo como presente que en la novela está desarrollado hacia algo y, por lo tanto, busco su destino, donde quiero encontra mi destino.

Trágicos como Andrés Hurtado, con sus más y sus menos de coherencia intelectual, abundan. Con fortuna variable, pasan por la vida, pero cuando se vive, el conflicto de vivir que presenta Baroja en Hurtado en la novela es menos conflicto, pues se está inmerso en él. Sin embargo, ver ante los ojos un reflejo distorsionado pero reconocible de nuestra propia voz, un eco insólito, nos enfrenta radicalmente a la conciencia manifestada. Hablaré ahora de expectativas, dejando la idea de destino aparcada hasta el final. Al leer El árbol de la cienciao cualquier otro libro que represente lo que ha representado su relectura para mi, se crea una expectativa. No sólo se está leyendo el monólogo silencioso de la conciencia refugiada en la memoria, sino que además tiene un porvenir ideado por el autor. Esa providencia es el descubrimiento de un futuro posible de la conciencia. Lo cual, por cierto, puede llevar a desengaños. El aparente final feliz que parece que llega y que se asemeja inevitable. Para un Andrés Hurtado, escéptico y schopenhaueriano, cunde el nerviosismo y la incertidumbre. Y también para el lector, pues al leerse cree estar viendo lo que le ha de pasar. Las expectativas llaman a que todo salga bien, a que por fin, a pesar de su conciencia, a Hurtado todo le salga bien. Las novelas baratas que abundan por el mundo se volcarían en esto, para que el lector se quede tranquilo, se sienta bien al terminar el texto. Es una forma discreta de autoafirmación. A pesar de todo, podemos ser felices. Sin embargo, esa esperanza se rompe al llegar al final. De alguna manera, el lector inteligente de, en este caso, El árbol de la ciencia, reconoce lo que tenía que pasar a pesar de las expectativas. Es decir, reconoce el destino del protagonista por necesario. Y eso es lo que asusta: que el destino parezca necesario. Las expectativas son violentamente transformadas en lo que es, en la narración natural. Al «leerse a sí mismo» en el texto, al leer su propia conciencia y esperar un desarrollo afortunado, ver que no se realiza esa fortuna puede acabar en parte con el lector. Más que nada, porque el destino reservado para Andrés Hurtado, secrétamente, ya se encontraba en la conciencia, sólo que no se quería reconocer. ¿Se puede escapar al destino esperado? Normalmente se escapa. No suele realizarse la providencia de nuestras conciencias. Pocos son los casos. Hay ocasiones que sí lo cual nos lleva a la afirmación tanto de nuestra prognosia como de la desesperanza ante un mundo ya dado, sea lo que sea bueno o malo. Es más, suele pasar que si ocurre algo beneficioso pero ya estipulado por nuestra predicción, no remite a la alegría imaginada, pues iba a ser de todas maneras. La inevitabilidad asusta. Aún así, la conciencia se transforma, y a veces lo inevitable puede ser una expectativa fructífera.

Árbol de la Ciencia

Árbol de la Ciencia

Tal vez aquí se encuentre la relación entre el árbol de la ciencia del bien y del mal y el árbol de la vida: lo imbricado de sus acciones. Mirar a lo inmediato y vivo o a lo lejano y mediado por el pensamiento. Todo en el mismo instante. No quiero extenderme más. Sólo comentar que retorno a estos escritos después de un parón de dos meses. Terminar cosas, si se quiere hacer bien, requiere de un esfuerzo añadido, y a mi me gusta hacer las cosas bien. A partir de ahora, como en otras muchas ocasiones, comienza una nueva etapa, que traerá (espero) muchos textos y algunas novedades, que ya se han ido viendo, pero que se afianzarán desde ahora. Se terminan cosas, se empiezan otras, y se continúan la mayoría. Y, a pesar de todo, a pesar de todo lo que nos pesa a muchos, como nos hace ver Baroja a través de Andrés Hurtado y su tío Iturrioz, la vida sigue, y habrá que dejar que siga.

Pio Baroja

Pio Baroja

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