[Este escrito, que he venido a llamar «ejercicio posmoderno», es un juego. Un juego intelectual, para ver cómo se desenvuelve uno en discursos distintos al propio, jugar con las expresiones, los conceptos, y ejercitarse en eso de pensar. Realmente yo no soporto el discurso posmoderno «fuerte» (no puedo renunciar a mi contexto, que es donde yo me he formado). Lo cierto es que nunca me llegué a terminar el libro de Baudrillard que cito en este escrito.]
Jesús tomó los panes, pronunció la acción de gracias,
y los repartió a la gente con el pescado, todo lo que quisieron.
Juan, 6:11
Una mañana cualquiera de verano, salí a comprar el pan, para la comida de mediodía. Este es un hecho trivial, sin ninguna trascendencia. Fue algo en el ticket de compra lo que llamó mi atención. Al final del ticket (en el que sólo aparecía como compra un par de barras de pan) aparecía el siguiente anuncio:
Pruebe el nuevo pan “gran reserva”. El autentico sabor a pan.
Este anuncio no es gran cosa, y ciertamente se pueden considerar las conclusiones a las que llegué frívolas: no es corriente que nadie se ponga a elucubrar sobre la naturaleza y significado profundo o potencial de un fragmento publicitario. Podemos echarle la culpa en última instancia a la próxima lectura de El Crimen Perfecto, de Baudrillard1, un posmoderno que en este libro (como en muchos otros de su factoría) radicaliza hasta posiciones nihilista la constitución de lo real, llegando a la conclusión de que ya no existe lo real, o sea, un origen y principio fundamental de todo, sino que ha sido sustituido paulatinamente por simulaciones, construcciones que cubren lo real tal y como es; y que se ha confundido el “verdadero” sentido de la realidad a lo largo de la historia con las verdades e hipótesis teóricas sobre esta.
Indaguemos sobre el anuncio: Nos habla, digamos, de un nuevo modelo de pan, que recupera el verdadero sabor del pan. No es más que un recurso publicitario para hacer más atrayente ese producto: nos quiere decir que ese producto estará elaborado de tal manera que no pasará por una manufactura más de una maquinaria industrial cualquiera, sino que su proceso será distinto, tal vez más cuidado, que dará a ese producto esas evocaciones a, en este caso, el pan artesano preparado tiempo ha en los hornos de leña locales. Pese a ello, sabemos que ese pan será fabricado en masa como cualquier otro que compremos, lo único serán pequeñas variaciones en la receta, tal vez en el tiempo de cocción, que le darán otras cualidades. Aún así, esto nos da igual. Que el pan que compramos a diario tenga uno u otro sabor es cuestión de gusto y de precio: no nos debe importar su factura ni su presumible sentido ontológico, una suerte de cualidad objetiva del pan como tal.
Sin embargo, pensemos en ello. Se nos vende un producto, que en la novedad recupera el origen. Se nos vende “el auténtico sabor del pan”. ¿Acaso lo que yo compré no sabía a pan? El pan que no es ese que se nos vende en novedad no sabe verdaderamente a pan. El pan que cada día compramos no sabe verdaderamente a pan, es otra cosa, otro sabor. Esto lo podemos entender como “otro sabor” o como “simulación del sabor a pan”. En todo caso, nada de lo que comeríamos normalmente como pan sería pan como tal, o sea, pan real, ya que no tiene las cualidades de ese “autentico pan”; que concordaría con la forma normal de una barra de pan (en su increíble variedad); con sus ingredientes y el sabor “real”, auténtico. Resumiendo, lo que comemos no es pan.
Pero desde este punto de vista, no podemos saber a qué sabe el “autentico pan”, ya que ninguno de nosotros ha probado ese “pan real” con su “sabor real”. ¿Cómo podríamos fabricar un producto con “auténtico sabor a pan”, si nadie puede enunciar cómo es este? Todo producto resultante no sería más que una simulación de lo real (o pretendemos real), a tenor de una verdad construida por el hombre sobre la realidad: el sabor de ese pan no sería sino el producto de lo que creemos el verdadero sabor. No tiene porqué coincidir con lo real subyacente a todo; es una construcción, una simulación nacida desde lo que suponemos como lo real.
Un caso similar podemos verlo en el sabor a pollo. Es muy común, que frente a un alimento nuevo, algo que probamos por primera vez, después de obviamente haber comido pollo con regularidad (es un alimento muy común en nuestra sociedad), se exclame -“Mmmm… Sabe a pollo…” Dejando a un lado las posibles causas biológicas que relacionen el sabor entre distintos alimentos, ¿qué nos puede decir esto? Por ejemplo, que el sabor del pollo es algo tan neutro o tan poco determinado, que muchos alimentos que tienen esas mismas propiedades tienen ese mismo sabor, lo cual lo hace muy característico. O que en realidad no sabemos identificar el verdadero sabor del pollo, con lo que todo aquello que no somos capaces de identificar decimos que sabe a pollo, por ser el alimento más común y general que hemos probado con esas características (si en nuestra dieta habitual se encontraran insectos fritos, y al probar pollo no habiéndolo comido antes, nos sabe igual que los insectos, diremos que sabe a insectos fritos. Es un relativismo –cultural– que ahora no nos interesa.).
En materia de sensación, de gusto, no podemos estar seguros de un sabor, de la preexistencia de un “sabor ideal”, medida de todos los demás sabores derivados; lo que cuenta llegado a este punto es el gusto particular de cada persona, que defina unos parámetros propios dentro de un, podemos decir, estándar general del sabor –mucho debe variar la forma de hacer pan (o de criar pollos) para que dentro de sus parámetros de factura cambie radicalmente sus cualidades de sabor, textura, forma y color, etc.–. El sabor ideal, en caso de que exista, debería encontrarse muy lejos de nuestro alcance cognitivo (¿tal vez el noúmeno kantiano, la cosa en sí?).
No se puede considerar que exista como tal un “auténtico sabor a pan”, como sabor ideal; y de este modo, considerar que se ha fabricado un pan con su sabor “auténtico”, o sea, real (en este sentido, originario, primigenio, fundamental), sería un absurdo, a no ser que los fabricantes hayan conseguido acceder a la “idea de pan” y hayan conseguido sustraer ese fragmento y depositarlo en sus recetas. Bastante increíble.
Así, podemos decir que en realidad, el pan que se fabrica actualmente (y que pretende recuperar la receta o forma del pan ideal) no es más que una simulación, una recreación de lo que fue el “pan real”. Una vez existió, pero sobre esta realidad se creó y recreó lo que se supuso que era real (porque al igual que no se sabe ahora como fue ese “pan real”, y se crea una simulación de cómo tal vez fue, en principio, el hombre no supo conocer la realidad tal y como era, y tuvo que crear suposiciones sobre lo real que se consideraron Verdad), y esa simulación resultante es la que terminó sustituyendo lo real, recreándose una y otra vez, convirtiéndose en más real que lo real, ya que era la Verdad creada, llegando a formar una fatalidad de hiperrealidad.
Y, siguiendo a Baudrillard:
[Con la simulación], no sólo ha desaparecido el mundo sino que ya ni siquiera puede ser planteada la pregunta de su existencia. (…) Los iconólatras de Bizancio eran personas sutiles que pretendían representar a Dios para su mayor gloria pero que, al simular a Dios en las imágenes, disimulaban con ello el problema de su existencia. Detrás de cada una de ellas, de hecho, Dios había desaparecido. Es decir ya no se planteaba el problema. (El crimen perfecto, pág. 16)
La simulación del “pan auténtico” lo que hace es ocultar la inexistencia de ese “pan real” que supuestamente se pretende recuperar. Con la imagen del “pan auténtico” lo que hacemos es olvidar el “pan real”. Y esto se puede extrapolar al resto de la “realidad”, ahora más bien, hiperrealidad. Todo el mundo no es más que una simulación, un mapa de lo real biunívoco colocado sobre el mismo, que cubre y elimina lo real de la vista, al modo que el mapa que pidiera un rey chino hacer de su reino en el que cada detalle del mapa coincidiera con lo que verdaderamente se encontrara en el mundo, como cuenta Borges en uno de sus cuentos.
La simulación, una vez eliminado el substrato real sobre el que se apoyaba, podemos decir que la simulación se ha convertido en la “nueva realidad”. Pero no podemos olvidar que es sólo una recreación que se apoyaba para reconstruirse cada vez en algunos restos generales de realidad. Perdido el apoyo, la simulación se cae, y la realidad, o sea, el mundo, todo lo que nos rodea, desaparece, es falso. Y con ello, ese supuesto producto con “auténtico sabor a pan”.
Resumiendo, y volviendo de abajo hacia arriba, el “auténtico –real– sabor a pan” no existe (porque ya nada real existe); si existiese tal “sabor real”, este sería ideal, fruto de un discernimiento racional, no empírico; y por lo tanto, si es ideal no puede ser llevado a la materialidad, porque la perfección ideal no puede ser recreada como tal en el mundo (y sin tener en cuenta, por supuesto, los gustos particulares de cada persona, que ya sería rizar el rizo). El “pan real” no existe; debemos conformarnos con el “pan simulado”.
1 Baudrillard, J., El Crimen Perfecto, Anagrama, Barcelona, 2009 [1995]
La simulacion de lo real es absolutamente necesario para el espiritu artistico y creador con el que se alcanza a interpretar, conocer el mundo y lo mas importante, darle sentido. No hay nada mas puro que una nota musical, un color, una forma, pero la mayor grandeza esta en su combinacion armoniosa para poder darles un espiritu, una existencia. Recorrer el camino hacia la verdad primigenia que fue fragmentada, es el camino del hombre, debemos conocer esa nota a la perfeccion para esparcir la niebla, y nosotros con nuestra existencia somos prueba de ello al darle sentido a la realidad.
¿Hasta que punto llegaremos sin tener que deshacernos de nuestro pensamiento racional y acudir a la pura creencia?
el ejercicio
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Todo lo humano se puede considerar resultado de una «ilusión sobre lo real». Ahora está bien considerar qué significa una «ilusión sobre la ilusión» (la simulación del texto) y si de hecho existe un origen, la ilusión originaria detectable, y no es todo más que una fantasmagoría. La pregunta no es tanto «hasta qué punto» como si «es posible deshacerse» de todo esto.
Gracias por el comentario. Salud.
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