El relato que sigue (en las sucesivas partes) no es más que la transcripción de las cintas que grabaron las entrevistas y conversaciones con el llamado «Autómata Espiritual», un criminal, un asesino. Misántropo, sociópata, autor de siete asesinatos en los que destaca lo macabro y lo metódico de su factura, condenado a muerte en un país que hacía mucho que no llevaba a cabo la pena capital. Fue imperativo del estado reinstaurarlo, tal vez, un imperativo «humanístico», o mejor, «anti-humanístico»: la cuestión era acabar con lo no humano. Encerrado en la espera en una penitenciaría de máxima seguridad, que nunca tuvo tan ilustre huesped. El interlocutor, un psicólogo, del que no diremos nombre, pero que en el desarrollo de las conversaciones fue denominado por el reo como «el Químico», y que –presúntamente– se suicidió tres días después del ajusticiamiento del condenado, ahorcándose. Sólo dejó una breve nota.
El Autómata Espiritual fue ajusticiado por «inyección letal» –mi particular cicuta, dijo- un 8 de Septiembre, a petición propia. El año no importa. Sus últimas palabras fueron: Ahora, con todo y con ninguno.
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