
No vengo hoy a hablar de elecciones, porque no me siento capaz de plantear ningún análisis entre el ruido de hoy. No vengo a hablar de elecciones, pero sí de algo que tiene que ver con nuestros compromisos políticos, con lo que somos o queremos ser políticamente, y cómo nos compromete (nos «enlaza» a las circunstancias, a lo que queremos de ellas pero también a lo que somos en ellas), algo que se está demostrando importante no tanto en el marco electoral como en la construcción de proyectos políticos. Y tenemos bastante de este debate últimamente. Yo me voy a referir al caso de la editorial El Viejo Topo, y a su última polémica. Pero más que a la polémica (en la que vienen cabalgando los últimos años), a las reacciones al respecto. Esta es una reflexión personal, quiero que quede constancia; y quiero que quede constancia también porque en ciertos espacios donde, al menos, se hubiera tenido que dar cierta discusión, no se ha dado, y me da pena, porque va en contra de nuestro compromiso militante. Y a eso voy.
Os pongo en situación: este mes de mayo se ha celebrado en Barcelona la Fira Literal Radical, una feria del libro político, que reúne a las editoriales que publican libros políticos de izquierdas. Es una etiqueta bastante amplia, y que reúne a editoriales muy variadas. El caso es que, este año, se ha excluido a la editorial El Viejo Topo de la Fira, cuando ha participado otros años. El día 3 de mayo saltaba la noticia a través de un comunicado de la propia editorial que decía que habían sido «censurados» por la «nueva Inquisición» de la «religión woke» (sic). El motivo que la editorial dice que aduce la coordinación de la Fira es, en rigor, un desacuerdo en la línea editorial: no quieren la presencia de los libros de Diego Fusaro, publicado últimamente en español por El Viejo Topo. Podéis leer el comunicado, pero el resumen es que quien organiza la Fira son un grupo de niñatos que se creen izquierdistas pero no saben nada de política, que El Viejo Topo en una histórica editorial de izquierdas que ha publicado libros de izquierdas antes de los niñatos de la organización hubieran nacido, y que Fusaro es izquierda «berdadera», y no esa panda de niñatos woke de la organización, y que a ver cuáles son los criterios de la organización para excluir a nadie.
Esto último es cierto: hasta donde yo he podido ver, la organización de la Fira no se ha pronunciado al respecto. Considero que la organización tiene todo el derecho de hacer selección en las editoriales que participan, del mismo modo que no participan editoriales fascistas (haberlas haylas, y son «política radical»); pero esos criterios deberían ser públicos, del mismo modo que la financiación es en parte pública, además por una cuestión de transparencia. Sin embargo, y aquí una de las primeras cuestiones, existen criterios de inclusión (hace un tiempo salían las restrictivas normas de participación en la Feria del Libro de Madrid, que prácticamente excluía a toda editorial independiente por falta de volumen de publicaciones), por lo que considero que hablar de «censura» es estúpido. Nadie está silenciando a El Viejo Topo (a la cantidad de comunicados que se han publicado desde la noticia me remito); nadie está impidiendo que siga vendiendo sus libros, nadie le está quitando el micro. Esta forma de falsa victimización es una de las estrategias de la derechas («conservative voices are being silenced») como justificación para seguir ejerciendo su dominio y opresión y mantenerse en el privilegio, pero desde la posición de falsa inferioridad. Y precisamente desde aquí se han realizado las defensas a El Viejo Topo.
Se han usado dos argumentos básicos: la editorial puede publicar lo que quiera y la editorial ha publicado y sigue publicando libros fundamentales para la izquierda. En primer lugar, es cierto que la editorial puede publicar lo que quiera: es una empresa privada que hace negocio editando libros, tiene libertad en nuestro contexto sociopolítico para publicar los textos que quiera (hasta donde marque el código penal, que es donde comienza la censura). Y, en segundo lugar, El Viejo Topo es una «editorial histórica»: en nuestro país la izquierda radical ha sufrido una persecución secular, y la dimensión teórica de la lucha se ha articulado en torno a pequeñas editoriales que han difundido textos los textos a través de pequeñas ediciones (ahí estaban Pasado y Presente, o Ruedo Ibérico). El Viejo Topo ha hecho ediciones muy buena de clásicos del marxismo y de la izquierda en general, y sigue siendo una referencia en la publicación de Manuel Sacristán y Fernández Buey, entre otros muchos autores y autoras contemporáneos que desarrollan una crítica al capitalismo.
Ninguno de estos dos argumentos se pueden considerar de mal juicio; ambos son ciertos y están justificados. El problema está en que en ninguno de estos argumentos se hace referencia alguna a aquellos autores desagradables, censurables, esos papanatas que tan poco nos gustan. En ninguna de las cartas de defensa (firmadas por gente de los más variada que no se aguantaría en la misma habitación) se hace referencia al motivo de exclusión más que vagamente. Y aquí es dónde empiezan los problemas del «compromiso militante»: si tu gusto y tu privilegio «histórico» entra en conflicto con lo que tu compromiso militante demanda, y te inclinas por tus preferencias personales, algo hay mal ahí.
Poco antes de todo esto, el viñetista brasileño (si no me equivoco) Lafa, subía la viñeta que encabeza este texto, donde una mosca dice en portugués «si tienes un neonazi luchando a tu lado por alguna causa… desconfía de la causa». Es curioso que lo de que la editorial puede publicar lo que quiera vale tanto para El Viejo Topo como para cualquier editorial fascista (no nombro ninguna porque ahora mismo no conozco ninguna actual, lo más que puedo hacer referencia es a la antigua Librería Europa y ahora a Librópolis, que venden esta clase de libros); y, sin embargo, torcemos el gesto cuando editoriales y libros fascistas se publicitan públicamente. Y si no torcemos el gesto, o somos liberales o ignorantes. A los liberales se les reconoce rápido; el problema es que no observemos adecuadamente las dimensiones de la ignorancia. Una ignorancia interesada, precisamente porque El Viejo Topo sigue publicando clásicos de la izquierda fundamentales para la crítica del presente, y porque, en muchos casos, también nos vemos beneficiados por la publicación de nuestros textos (en otra época me hubiera gustado formar parte del catálogo de El Viejo Topo, pero hoy no; sin embargo, algunos conocidos tienen textos publicados ahí, y se han mostrado vagos pero a favor de la editorial). Una ignorancia privilegiada, porque aquello que se le critica a El Viejo Topo no nos afecta.
Volvamos al motivo de la exclusión: que la editorial tenga en su catálogo a Fusaro. Diego Fusaro saltó a la fama en Italia como un intelectual político de izquierdas que daba mucho juego en la televisión. Un popularizador de Marx y de Gramsci a través de una visión muy gramsciana de la política y de la cultura, al nivel de los que se ha visto estos últimos años en España con Iglesias o Errejón. Sin embargo, a poco que se lea a Fusaro uno se da cuenta de que es un fascista: mezcla a Marx con Fichte, y a Gramsci con Gentile, teniendo una preferencia mayor por Fichte y por Gentile que con Marx y Gramsci; hace una lectura «idealista» de Marx, traicionando todo el proyecto marxista desde el origen; y en los últimos años ha derivado cada vez más al tradicionalismo, oponiéndose a los nuevos derechos ganados para las minorías oprimidas (siendo especialmente feroz contra las personas trans). Pero también, claro, hay que tener en cuenta que Fusaro ha participado activamente en actos de fascistas italianos, especialmente en la conocida Casa Pound. No es que sea un filósofo súper opaco y confuso que nos engaña con sutilezas (como lo era Nolte); sino que va de frente en su proyecto reaccionario. No es de izquierdas, es dudoso que nunca lo haya sido (y quien me diga que «trabaja a Marx» o lo que sea, os digo que hasta José Antonio Primo de Rivera citaba a Marx).
Y quien dice Fusaro dice nazbols como Illescas o Armensilla, especialmente este último famoso gustavobuenista que intenta desplazar el materialismo histórico confundiéndolo con el materialismo filosófico del fascista de Gustavo Bueno, para intentar hacer ver que el nacionalismo español es marxista (y no los nacionalismo periféricos, que son reaccionarios). O dice los textos tránsfobos que se publican en la revista, que también ha derivado a un anti-otanismo (aceptable) pro-ruso (inaceptable), que prácticamente justifica la invasión rusa de Ucrania (un belicismo imperialista poco marxista, a mi juicio). El catálogo de El Viejo Topo desde 2015-2017, especialmente desde la época del procés, donde se puso bien en contra del mismo, ha ido derivando a una izquierda rancia, reaccionaria, y todo a pesar de que se han seguido publicando grandes clásicos de la izquierda, textos fundamentales, desde entonces. Es un catálogo de claros y oscuros, pero esto responde a una «línea editorial», y una línea editorial clara, y que hay que evaluar desde el compromiso militante. Se aduce que todo esto es inocuo frente a la importancia de publicar a Sacristán, por ejemplo; pero no se piensa realmente cómo puede afectar el emparejamiento intelectual por mera coexistencia de Fusaro sobre Sacristán. Nos creemos los suficientemente inteligentes como para discernir lo bueno de lo malo, pero sabemos desde hace mucho que las vías del inconsciente y los mecanismo ideológicos escapan muchas veces de nuestra capacidad crítica. Comprar en el puesto de El Viejo Topo los textos sobre ecologismo de Sacristán con la última defensa de la pareja, la familia y el amor tradicional de Fusaro o del imperio generador español de Armensilla nos pone más cerca del ecofascismo neotradicionalista de lo que pensamos.
No se nombra a estos autores y estos peligros (porque se sabe que son escoria peligrosa). Se les trata de excrecencias, de elementos sin importancia del catálogo, porque lo importante es la labor histórica y los textos importantes. Y aquí es donde falla el compromiso militante, ese del que nos jactamos, porque si el compromiso militante no es crítico con la situación global a la que nos enfrentamos y se priman los privilegios intelectuales (en este caso) y de afiliación sentimental, ni es compromiso, porque elude toda responsabilidad cuando hay una desviación del programa común (en este caso, básicamente, no juntarnos con nazis, y con tránsfobos, en este caso particular), y no es militante, porque no participa activamente en la transformación de la situación social, de sus condiciones materiales, y de la vida de quienes nos importan, cuando se privilegia esa situación acrítica de la tradición, la historia y la biografía, antes que, de nuevo, el análisis concreto de la situación concreta y la praxis ajustada a ese contexto. Ir de la mano de fascistas en una editorial puede que no nos afecte personal e individualmente (soy el primero que lee y tiene libros de conservadores, reaccionarios y fascistas, pero no me veréis hacer gala de ellos, sólo crítica exhaustiva cuando toca), pero afecta al conjunto del conocimiento y de la praxis política de la izquierda. Nos afecta colectivamente, porque es difícil confiar en personas que se dicen marxistas pero que dicen que un tránsfobo como Errasti dice cosas acertadas, o que se queja de lo woke, o que el catolicismo o el capitalismo son marxistas (palabra de Armensilla).
La política hace extraños compañeros de cama, como se suele decir, pero por lo general hemos tenido muy claro que con fascistas no nos juntamos. Ante el rojipardismo imperante, hay que ser cuidadoso a quién se le da la mano. Hay que hacer análisis más exhaustivos, y no dejarse llevar por las afinidades electivas. Porque se supone que tenemos un compromiso, un programa, y una tarea militante. Si después de un análisis preciso y justificado nos ponemos del lado de El Viejo Topo y en contra de la Fira (ya os digo que no es mi caso), que sea porque se ha hecho un análisis crítico con una evaluación precisa de la situación, y no desdeñando el problema simplemente porque haya «autores que no te gustan» o «charlatanes» que están ahí porque la editorial puede publicar lo que quiera. Esto es cierto, y se ha comprometido con una línea, y al colaborar, nos implicamos en ese compromiso. Es algo que como marxistas sabemos, o deberíamos saber: que estamos implicados radicalmente en la sociedad, en la historia, en el contexto; que ningún acto es inocuo, porque todo acto es militante. Pensar cualquier otra cosa es refugiarse en el privilegio, ser ignorante, o ser liberal.