[Esta es la auto-evaluación de un trabajo que he realizado los últimos cuatro años, hasta el 7 de febrero del presente 2020, cuando hice la lectura de la tesis, La praxis emancipatoria de la obra de arte en el pensamiento de Theodor W. Adorno, realizada en la Universidad de Granada bajo la dirección de José Antonio Pérez Tapias.]
Premisa.
Escribir es renunciar. Asumo que, junto a las dificultades materiales, he hecho lecciones conscientes que me han lastrado, que al tomar A o B he renunciado a articulaciones significativas tanto de mi carrera como de la investigación. Esta tesis no ha sido todo lo que debería haber sido. Supongo que como todas las tesis.
La investigación la comienzo en 2016 con bastante ilusión, porque era la culminación de mi proceso formativo. Una ciudad nueva, un tema interesante que ya llevaba trabajando cinco años, y una perspectiva bastante halagüeña, porque, aunque el tema podría ser demasiado típico, hay realmente pocas investigaciones «académicas» que al mismo tiempo sean «militantes» con una postura política concreta, y si salía bien era un pelotazo.
El tema era, a través de la obra de Theodor W. Adorno, explorar la forma en que la obra de arte misma y no los discursos sobre la obra de arte podía actuar como agente revolucionario y emancipador. La teoría adorniana da muchos detalles, y yo simplemente he construido un aparato que sistematice el significado en sí de la obra de arte, su posición en la sociedad como hecho histórico, y las posibilidades críticas que, desde la distancia, podemos sacar del arte. Todo lo demás está en el texto de la tesis.
Lo que fue bien.
Escritura, rupturas, aprendizaje: En realidad, todo lo bueno que haya sacado de este proceso tiene que ver con el texto mismo. Dedicar el tiempo casi en exclusiva a la lectura y la escritura me ha servido para crecer profesionalmente, es decir, para escribir bien y pensar mejor.
Aunque me impuse un espacio de lecturas muy concreto, no he desdeñado lecturas alternativas, diferentes, incluso opuestas a mi conciencia, para enriquecer precisamente el espacio de la argumentación. Pensar bien implica pensarlo todo, cada una de las posibles vías de la argumentación, y creo que en eso he progresado bastante, incluso en detrimento de mi propio campo de pensamiento.
Esto me ha servido, sobre todo, para romper de forma satisfactoria con la codificación académica. Al ser una investigación marxista esto no era difícil, pero sí que existe un «marxismo académico» que se articula en torno a los modelos de conocimiento tradicionales que, si bien en contenido pueden ser radicales, la forma lo que invita es al mantenimiento del sistema (de conocimiento, en este caso).
Yo tomé un riesgo que, por suerte o porque de verdad lo hice adecuadamente, salió bien. El texto de la tesis, que tiene contenidos académicos fundamentados en una investigación profunda de las fuentes, rompe completamente con la estructura de las tesis tradicionales, al menos en humanidades. La introducción es un «manifiesto», las conclusiones no concluyen nada, no hay «estado de la cuestión», y no existe, al menos desde mi intención escritora, un proceso deductivo de los temas.
Esto parte, por un lado, del intento de imitación del estilo adorniano de escritura, pero también de la posibilidad de generar un estilo dialéctico de pensamiento, que permita el libre juego de las ideas y su configuración en una estructura de sentido. Lo que se añadió al estilo adorniano fue la militancia, algo de lo que realmente Adorno no carecía, pero sí codificó con demasiado ahínco en sus textos.
Claro, que mi militancia es teórica. Obviamente implica una praxis, pero no alcanza a una praxis concreta más que a la crítica. Puede que, en este caso, ahí se cifre el éxito de la ruptura: sigue siendo teoría, por lo tanto, sigue siendo aceptable. Al menos resulta un logro que, a través de un discurso y una escritura pulida después de años de investigación, el momento crítico sea reconocido, a pesar de seguir en el sistema. Pero entiendo que es un paso.
Resultados: Conseguí el grado de doctor en filosofía con sobresaliente suma cum laude. Es bastante.
Lo que fue mal.
[Básicamente, todo lo demás, todo lo que no tiene que ver con el texto mismo, pero hay que desgranar].
Financiación: Bien, a ver, aquí no me voy a quitar responsabilidad: mis notas en el Grado han sido el principal impedimento para conseguir cualquier tipo de financiación. No son malas notas, pero no están a la altura. Podía haber tenido mejores notas, por supuesto, pero es entonces cuando empiezan los problemas del sistemas.
El día que supe que tenía que haberme esforzado más para poder acceder a diferentes tipos de becas desde primero de carrera fue… a mitad del Máster, en un curso que dieron en la UGR. Se juntan varios problemas. El primero es que nadie, NADIE, te avisa desde la carrera de lo que hay que hacer para las diferentes salidas profesionales, las exigencias y demás. Sí, hay cursos y charlas, pero son externas a la propia carrera, no hay nada integrado que te explique desde dentro qué es lo que hay que hacer.
Hay quien dirá que es de «sentido común», que tienes que esforzarte al máximo. Pero la mayoría de las veces no depende del esfuerzo (exclusivamente). Tal y como se presentan las becas y opciones de financiación, lo que te dicen es que tienes que elegir una y adaptarte a ella, porque los requisitos varían y lo que para una es excelente otra ni la cuenta. Y eso es determinante, porque no se enfoca el «esfuerzo», sino el cumplimiento de requisitos.
Obviamente, si en el cómputo global tus notas o méritos es alto, vas a tener más oportunidades, pero tampoco está asegurado porque tanto la burocracia como los responsables de las contrataciones en los grupos de investigación (a la postre, los beneficiados económicamente de las becas) suelen ser unos ineptos, y depende más de las conexiones con los tutores o directores que directamente de los méritos. Puedo tener una media de sobresaliente que si un catedrático no me avala soy nadie en la academia.
Claro, si todo el problema de la financiación al final recae en el estudiante ignorante de las burocracias, las opciones, los requisitos,… y el sistema administrativo y educativo no te apoya en todo momento, el resultado es el que tenemos en España: una investigación deficiente. Igual menos en determinadas áreas técnicas y científicas, pero por lo general en ciencias sociales y humanidades estamos en la mierda.
Yo opté a varias becas, y en ninguna pasé de la primera ronda. La FPU no la conseguí a falta de diez décimas; en otras becas de fundaciones privadas ni siquiera tuve comunicaciones al respecto. Y, después, la mayoría de becas públicas dependientes de las Autonomías o de las propias universidades llevan años sin salir por falta de financiación.
Esto le añade otro problema: puedo ser doctor, pero al no haber sido FPU, o haber disfrutado de alguna beca que me diera acceso al profesorado universitario o a la investigación avalada por algún grupo o entidad investigadora, básicamente estoy fuera del circuito investigador, porque no tengo currículum. Una vez más, no importa el esfuerzo como calidad de lo que se hace, importa la imagen, las conexiones. También en eso tengo culpa: nunca me ha gustado lamerle el culo a nadie, lo he demostrado, y no he sido vuelto a llamar.
Si he podido seguir adelante con el doctorado ha sido por el apoyo incondicional de mis padres y por lo poco que he ido sacando aquí y allá de trabajos, de profesor, de escritor fantasma, de lo que sabía hacer. Y estoy contento con todo, pero si alguien me preguntara hoy que si merece la pena hacer el doctorado, diría que sólo si se tiene algún tipo de financiación: si se tiene posibilidad de acceso a becas de importancia o, si se hace por gusto, tener un trabajo que te apoye económicamente. Si no, la investigación hoy aquí es un saco roto.
Publicaciones: El tema de las publicaciones es una continuación del problema de la financiación. Las revistas suelen depender tanto de un grupo académico deficiente en términos organizativos como de una editora dependiente en términos económicos de grupos o centros de investigación. Es obvio que las revistas académicas, mientras «mejores» sean, más calidad van a buscar. Pero se ha demostrado por el entramado editorial que la mayoría de las veces no depende tanto de la calidad.
Hablo de revistas académicas de humanidades y ciencias sociales en España, de las cuales en el Q1 de las principales empresas de rating habrá… ¿Una? ¿Dos? Poquísimas. Y de las de ciencias, cuando no tienes que pagar una millonada por publicar sólo editan exclusivamente artículos de sus grupos de influencia directa, de gente que conocen, de invitados. Pasa igual con las revistas de alto nivel de humanidades en España, que sólo publican por invitación.
Pero esto es lo de menos, porque sí que hay una amplia gama de call for papers abiertas a cualquier aporte. El problema está en si merece la pena. El doctorado tiene como requisito para la lectura de la tesis que tenga, al menos, un artículo publicado en una revista académica de impacto (tienes que «certificarlo» cuando entregues la documentación correspondiente). Pero uno no lo sabe. Es decir, puedes saber qué significa «de impacto» y cuáles son las estadísticas de una revista, pero eso no significa que la comisión de doctorado correspondiente lo evalúe como tú crees.
Y todo esto sin contar que el proceso de publicación es largo, tedioso, ortopédico, hasta niveles de inutilidad colectiva. Hubo un momento en que tuve… creo que cuatro artículos simultáneos en «revisión», es decir, en la mesa de alguien esperando ser evaluados para considerarlos aptos o no para su publicación. Sólo se publicó uno, con una comunicación tardía y deficiente. Del resto, sólo en una ocasión fui advertido de que no sería publicado, el resto tuve que intuirlo cuando pasaban meses sin que hubiera comunicaciones.
Al final sólo publiqué dos artículo. Uno, el citado, a través del modo habitual. El segundo se publicó en una obra colectiva dependiente de un congreso, y que fue publicado no por su calidad, sino porque, efectivamente, había pagado para ello. Para participar en el congreso tenías que ser socio, y eso te daba derecho a la publicación. Para muchos congresos hay que pagar porque, bueno, a pesar de tener el respaldo de las universidades tienes «gastos de organización» (otra parte deficiente de nuestro sistema científico), y esta fue la única vez que pagué «de más» para acceder a la publicación, porque me pareció interesante tanto el congreso como que lo que expuse apareciera en forma de artículo.
Sin embargo, en todo este sistema seguimos huérfanos los investigadores. Necesitas tener una carrera para que te tengan en cuenta, pero si no accedes a las publicaciones no puedes hacerte la carrera. Tienes que ser original, innovar, atreverte, pero si no sigues las directrices tradicionales de los grupos de poder académicos te bloquean en todos los ámbitos. Tienes que ser el mejor, pero dentro de las estructuras opresoras de una academia hiper-burocratizada e inmovilista en torno a los privilegios catedráticos.
Un conocido lema dice «haz lo que te digan hasta que seas autónomo y puedas hacer lo que quieras». Esto es cierto en la situación actual, y lo único que se consigue es la adaptación de los jóvenes investigadores a los sistemas opresivos de la academia tradicional. De tanto aguantar hasta que puedas ser libre, adaptas la opresión a tus formas de trabajar, y al final sólo se reproduce el mismo sistema.
Dirección: Este es, tal vez, un punto polémico. Ante todo, mi director/tutor de tesis fue en todo momento una buenísima persona, comprensiva, positiva, alentadora… pero no fue un buen director/tutor.
Hay un dilema aquí: ¿es preferible una dirección que te deje ser autónomo o una que esté siempre encima tuyo guiando y corrigiendo? Bueno, en realidad lo ideal sería un equilibrio entre ambos extremos, porque un exceso de autonomía puede llevar al doctorando a cierta confusión y pérdida de horizonte en el trabajo, y un exceso de atención simplemente coarta el trabajo intelectual.
Yo tuve un exceso de autonomía, y es como siempre he trabajado, y no me he quejado porque me parecía bien, era cómodo. Así fueron mi TFG y TFM: sabía lo que quería hacer, cuáles eran mis objetivos concretos, y mis tutores de entonces vieron que lo tenía claro y me dejaron hacer. Pero este tipo de trabajos está mucho más acotado, tanto en tiempo como en espacio, y parece difícil perderse.
Pero en una tesis no, y eso lo he sabido sólo al final de todo. Porque, aparte del trabajo intelectual, existe todo un aparato burocrático que tienes que tener en cuenta que depende de la supervisión y trabajo colaborativo de la dirección. Y una cosa es la autonomía y otra que no seas capaz de contactar con tu dirección para las cuestiones administrativas más sencillas. No está bien tener que perseguir a nadie para que haga lo que tiene que hacer.
Y yo he tenido ciertas dificultades con esto. Que al final todo ha salido y salía en su momento, pero la sensación que le queda a uno es de indefensión, de vulnerabilidad porque no se tiene cerca a quien se supone que te apoya y te guía, y se genera un estrés que se mantiene y se naturaliza como parte del proceso. A fin de cuentas, ya eres adulto, y esta es una investigación independiente; te deberías valer. Pero el sistema está hecho para que no te puedas valer por ti mismo.
Lagunas teóricas: No todo iban a ser cuestiones estructurales. También tengo mi espinita con parte de lo que he escrito y lo que no he escrito. Es normal acotar mucho las lecturas y los temas a tratar, sobre todo para no caer en la diletancia: una bibliografía muy abultada no tiene por qué significar más calidad de contenido (de hecho, a ese respecto, mi bibliografía es muy breve).
De entre las muchas cosas lamentables en mi proceso investigador, una de las más flagrantes es la poca atención que he dedicado a Lukács, el cual sobrevuela sobre toda la tesis y sobre todo Adorno, dejando ver poco más que su sombra sobre los centros comerciales que en el futuro serán ocupados por centros culturales populares. Y es una injusticia para Lukács, en parte generada por él mismo, y por su biografía. Es tiempo de dejar descansar a Adorno y darle atención al húngaro.
Otro tanto ocurre con Marx. Está presente en cada momento de la investigación, pero como una presencia muda. Claro, la tesis trata sobre la obra de Adorno, pero igual que le he dedicado espacio a otros autores tal vez menos importantes, igual le tenía que haber dejado más espacio a Marx. Es otra espinita que trato de solventar.
Después está el tema de los «ejemplos». Aquí soy crítico. No creo que existan ejemplo mejores que otros, por eso cuando se me dice (a mi o a cualquier doctorando) que no he citado a X, o que las ideas de Y para esto son interesantes, me resulta irrelevante. He seleccionado aquello que creo mejor ilustra mis argumentos; si no lo hace bien pues mal, pero lo importante son mis argumentos, eso es lo que tiene que ser a prueba de debilidades.
Sin embargo, asumo que no he sabido dar una consistencia global a los ejemplos de toda la tesis. Cada apartado tiene sus ejemplos propios (la literatura soviética con la teoría marxista del arte, literatura italiana en la crítica, etc.), pero no existe un eje global. Y eso me pesa, porque da la sensación de arbitrariedad (lo cual, obviamente, no es bueno). Hubo bastante de elección consciente en esto, pero, después de todo, no fue una de las mejores decisiones.
Vida: Bueno, esto, técnicamente no fue mal. Si echo la vista atrás puedo estar seguro de que han sido, hasta el momento, los mejores cuatro años que he vivido, a pesar de todas las dificultades. Han sido cuatro años de vivir junto a mi pareja en una ciudad nueva haciendo lo que quería hacer. Suena a aspiración. El problema está en que todo ha sido un engaño, una estafa, un fraude del sistema.
La trampa está en que todo lo que he hecho ha sido con un objetivo profesional concreto, bajo la promesa de una vida adulta profesional plena. Eso es lo que se nos había prometido desde pequeños, que la vida era nuestra y era buena para todo el mundo. Llamadme ingenuo, pero incluso cuando llegó la crisis de 2007 yo todavía estaba en mi proceso formativo y se confiaba en la recuperación.
Sé cómo funciona el sistema, sé cómo de corrupto y de falso es; pero es diferente saberlo a experimentarlo. Después de diez años de formación, de la convicción familiar y el apoyo en el «haz lo que quieras, haz lo que te guste», que ahora el motto sea «¿cuándo vas a trabajar?» resulta agotador, y deja una sensación de impotencia e inutilidad que te bloquea en la sociedad. Si lo que quería hacer era inútil, ¿por qué me dejasteis hacerlo?
Me siento defraudado, por mi, porque no he sabido verlo y hacerlo mejor; y también por los demás, porque nadie te ayuda, y la sociedad que proclama unos valores y hace lo contrario. Y al final sí, soy «Doctor en filosofía», pero si, después de todo, no hago nada con ello, igual no siento que haya perdido diez años, pero sí que podía haberlos fomentado de otra manera.