La decisión de Arguiñano

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[Gogol Bordello – My Companjera]

Hace mucho tiempo, no sé exactamente dónde (una entrevista, un programa, lo que sea), Karlos Arguiñano, famoso cocinero de la tele, contó una cosa que se me quedó. Él decía que «podía haber sido un ‘gran cocinero'», en el sentido de que, si él hubiera querido, podría haber sido un «Ferrán Adriá», un cocinero de «alta cocina» o «nueva cocina», de estrellas Michelín y demás, pero que eligió hacer otra cosa, prefirió no serlo, y dedicarse a «enseñar a cocinar a la gente», preparando comida sencilla y barata pero «con fundamento». Esto puede tener poco que ver con la mediocridad: Arguiñano, a fin de cuentas, ha destacado, «no es mediocre» en el sentido vulgar. Lo que me interesa es señalar «la decisión», la elección que hizo Arguiñano (suponemos que consciente y voluntariamente y sin ningún tipo de coacción externa de ningún tipo): pudiendo estar «en el Olimpo» de la cocina, decidió que prefería ser un cocinero «normal» (dentro de la excepcionalidad de su oficio televisivo).

La «mediocridad» se suele entender de forma vulgar en un sentido peyorativo. Algo «mediocre» es algo, como dice el diccionario de la RAE, regular «tirando a malo». Mediocre se entiende algo sin valor, o por lo menos sin un valor especial, que no tiene nada que le haga destacar y, por lo tanto, se puede desconsiderar. Sin embargo, «mediocre» significa en su primera acepción simplemente «de calidad media». Decir que algo es mediocre no implica necesariamente una referencia peyorativa. Se puede decir que algo es mediocre y no poner cara de vinagre, y referirse simplemente a que está en el estándar de lo que sea. En el caso de la cocina, por ejemplo, una comida mediocre no implica que esté mala, implica que cumple la calidad media para una comida: buen sabor, buena cantidad, bien preparado, con productos de buena calidad, pero nada que destaque por su excelencia. Las lentejas que yo preparo «son mediocres», pero son buenas, me satisfacen, están ricas. La pregunta es: ¿por qué no aceptamos en nuestra vida la mediocridad (aunque seamos mediocres) como algo natural? ¿Podemos, como hizo sui generis Arguiñano, elegir con alegría la mediocridad?

Sin título2Partamos de Aristóteles y de cómo se puede entender la «virtud» en la vida cotidiana, y voy a ser premeditamente escueto, porque la discusión en torno a esto puede ser eterna. La virtud, en Aristóteles, se entiende generalmente como el punto equidistante tanto del «exceso» como del «defecto», es decir, el llamado «justo medio» en los actos. Por ejemplo, virtud es la valentía, que equidista de su defecto la cobardía y de su exceso la temeridad; o virtud es ser generoso, que es el justo medio entre ser pródigo y ser ávaro. Virtud es, por lo tanto, ser equilibrado y equitativo en acción y pensamiento. Virtuoso es aquel que es prudente, que no se excede pero que tampoco se priva. Virtud es, a fin de cuentas, hacer las cosas bien. Y quiero relacionarlo con ser mediocre: un profesor comentó hace tiempo que la virtud no tiene por qué referirse sólo a las acciones morales, que podemos hablar también de otras actividades: virtuosa será una persona que haga bien su trabajo, por ejemplo, que haga lo que tenga que hacer para que su labor sea satisfactoria. Y lo que es más importante: no ningún problema con los «excesos», realmente. Es decir, un héroe, en la mitología clásica, para Aristóteles, no es aquel que es «más valiente», «más fuerte», o más lo que sea, básicamente porque no existe un «más» para valiente. O se es valiente, que es la virtud, o se es cobarde o temerario. Así, nuestra valentía (en los cánones clásicos) será la misma que la de Aquiles o Héctor, y seremos igual de virtuosos que ellos. De este modo, la persona virtuosa es la que hace lo que sea que haga en su justa medida. que haga su trabajo bien. Los defectos serán morales, como la pereza, pero en términos cotidianos, o se hace algo bien, o se está haciendo mal. Luego puede que haya gente excelente o genios, pero esa es otra cuestión.

La idea es que, a mi juicio, ser virtuoso y ser mediocre es lo mismo. Si la virtud es el justo medio, y la mediocridad se refiere a «lo medio», no veo contradicción. De esta forma, «mediocre» pasa de ser un insulto a una «forma de ser». Ser mediocre es ser «normal» (con las dificultades que enfrenta esta palabra), es decir, estar dentro de la media. Y eso no es malo, al revés: si lo virtuoso es el justo medio, encontrarse en la media tiene que tener algo que ver, en el sentido moral del asunto. Virtud y mediocridad se relacionan siempre y cuando asuma que «yo», actuando de forma satisfactoria, en su justo medio, con bondad pero sin excesos, con generosidad, con valentía, etc., me puedo incluir en todo aquello que se considera meramente satisfactorio, sin destacar, sin ser excelente, es decir, siendo mediocre. Una vez más, hablando de comida y cocina: el cocinero es virtuoso cuando sabe qué punto darle a la comida para que esté sabrosa, cuando no se excede en las cantidades, ni en el precio de los alimentos, ni tampoco al contrario rebaja con agua, da productos en mal estado, o se le quema la comida y ofrece cantidades irrisorias, entonces podemos decir que el cocinero (el de oficio cocinero, no yo en mi cocina, aunque también se podría decir) es virtuoso, porque aplica el justo medio en su labor, y es mediocre, porque su actividad no destaca.

Todo este batiburrillo de ideas viene a cuenta de una «nube» que de vez en cuando me nubla la vista. Obviamente, todos queremos ser excelentes, todos queremos destacar y «ser alguien», pero ¿tiene que ser así? Quiero decir, el mundo, a fin de cuentas, no se sigue moviendo gracias a los «alguien», sino gracias a los «nadie», a los mediocres. Y, teniendo en cuenta la naturaleza de la virtud, creo que no hay ninguna indignidad en ser mediocre, pues eso en parte es ser virtuoso. Nos obcecamos en un camino que nos presentan limpio hasta el éxito cuando en realidad está lleno de escombros y dificultades. Pero no queremos ser mediocres porque ser mediocre implica «ser nadie». Pero creo que se pueden tener «aspiraciones» sin necesidad de «tener que destacar». Lo que me pregunto es, ¿no sería más fácil simplemente ser bueno en lo que se hace y vivir con sencillez, en lugar de querer llegar a unas alturas cuya caída te puede matar? Recuerdo aquello que decía Salieri en la película Amadeus: «I speak for all mediocrities in the world. I am their champion. I am their patron saint». Frente a la excelencia de Mozart, el Salieri de la película era un mediocre, pero eso no le hacía malo, le hacía bueno, y exitoso, solo que la contingencia histórica le hizo estar a la sombra de un genio (que, al parecer, la historia es bien diferente: Salieri gozó de más fama que Mozart durante toda su vida). Y ahora disfrutamos tanto a uno como a otro. Es lo mismo que cuando se habla de «clase media» y «clase baja»: si eres un asalariado, eres clase baja, o si prefieres «clase trabajadora» o «clase obrera», pero no hay ninguna indignidad en ello. No hay que situarse donde no corresponde por las connotaciones de ciertas palabras. Ser mediocre y ser virtuoso va de la mano. Y yo quiero aprender a ser virtuoso antes de intentar ser excelente.

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