Notas sobre educación, anarquismo y Revolución

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[Arroja la bomba]

Hace unos días estuve en la primera sesión de un curso de formación participativa «parecido» a esos cursos para obreros que daba Politzer en la Universidad Obrera durante los años 30. Es decir, no cursos de pensamiento para iniciados, sino cursos para iniciar en el pensamiento, para que el obrero tomara conciencia de clase, conciencia de su posición en la sociedad, de la explotación, del dominio, de la opresión, etc. Y para que tomara iniciativa propia. Puede que en aquel entonces muchos obreros fueran a esos cursos y se formaran en esas universidades populares, pero la situación de hoy, obviamente, no es la misma. Lo cierto es que en esa primera sesión del curso abundábamos los «iniciados»: gente con opiniones y conciencia política más o menos formada que (como pasó) guarda el principio de autoridad (con respecto a «docente») y sólo se inflama en cuestiones doctrinarias, que, normalmente, a los «no iniciados», aquellos a los que se debería estar hablando, les suena a chino. Hubo, precisamente, un momento que me enterneció: al principio, y dado el carácter del curso, nos presentamos cada uno de los asistentes haciendo mención a nuestro «origen» (formativo o laboral) y nuestro interés en aquel curso. Hubo una mujer que, con voz tenue, dijo su nombre acompañado meramente de «jubilada». Se hizo un breve silencio (no había dicho sus motivaciones para con el curso). Le preguntó uno de los «coordinadores», y, con la misma voz baja dijo «aprender». Ese curso era para ella, no para nostros, los iniciados, y no sé si cumplió ese objetivo.

Hace unos días, también, asistí a una conferencia de Juan Carlos Monedero sobre «literatura, hegemonía» y no recuerdo qué más. Una conferencia interesante por la retórica de Monedero, pero nada novedosa (mucho fanservice). Recordó Monedero una frase proferida por Lenin en sus últimos tiempos, que dice más o menos: el comunismo no era «soviets más electrificación», sino «soviets más cultura» (en referencia al resultado de la Revolución Rusa). No importa si no lo dijo Lenin, es la imagen lo interesante. Y si lo dijo Lenin, nadie le hizo caso. Pero tenía razón, por lo menos en parte. No digo que no se hiciera caso a la cultura en la Unión Soviética (y no lo sé realmente, porque mis lecturas son académicas y de académicos). De hecho, no recuerdo quién, comentó de una de sus visitas a la Unión Soviética se sorprendió al ver que en un descanso los obreros de una fábrica discutían de Maiakovski. Por lo tanto igual me falta información. pero sí que es cierto que la Revolución Rusa, con su NEP y sus planes quinquenales y demás, parece que hizo más caso a la industrialización (un Estado revolucionario fuerte) que a la cultura y a la toma de conciencia de la población. Puede ser una de las razones por las que fallara. ¿Cómo enfrentarse ahora a esto?

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Los anarquistas partía del optimismo antropológico de que el hombre puede (y quiere) mejorar. Por eso, aunque no se sepa, no se diga, o no se quiera recordar, los anarquistas partieron en el s.XIX de la ciencia, la educación y la cultura. Es conocida la anécdota esa de que lo primero que hacían dos anarquistas cuando se encontraban en un pueblo sin anarquistas no era atentar contra los terratenientes o expropiar la tierra, sino decidir el nombre del periódico que iban a fundar. Todo empezaba por la educación del pueblo, de la gente. El anarquismo confiaba (confía) en que una humanidad «ilustrada», consciente, se liberará por sí misma. En ese sentido la Revolución tal vez no sería necesaria porque llegado el momento, «tal vez» de nuevo, como la gente sería consciente de su condición ellos mismos, sin violencia (porque todos estaríamos de acuerdo), sabiendo lo que es mejor, acabaríamos con el Estado y con las perversas relaciones sociales creadas por el capitalismo. En esto confiaba (confía) al menos una parte del anarquismo. Y en esto se basaban las escuelas populares y las universidades obreras, que en muchos sitios tenían una buena implantación: mientras a más gente lleguemos, mientras más gente conozca cómo es el mundo, más cerca estaremos del objetivo. Así se enmiendan las tesis vanguardista de Lenin y del bolchevismo, por ejemplo (y sin entrar en detalles). Y de hecho, en parte, es el mismo problema que se ha presentado actualmente aquí en España: tenemos un partido o agrupación (o lo que sea) que es Unidad Popular (compuesto sobre todo por Izquierda Unida), que se inclina hacia la militancia de base, a la concienciación de la gente, al trabajo con el pueblo, y por otro lado está Podemos, que se ha decantado por el vanguardismo, en su fórmula «tecno-capitalista» de la conquista de los mass media. Se puede decir que Podemos caerá (o tiene papeletas de caer) en aquel error que señaló Lenin, y en vez de «círculos y televisión» tenga que se asumir Pablo Iglesias que era «círculos y cultura». ¿O no? Porque, por otro lado, Unidad Popular (sin contar las confluencias en Galicia, Valencia y Cataluña), no ha llegado a donde se prometía. ¿Por qué no funciona, si parece la mejor opción? O por lo menos, la más sólida a largo plazo.

Reflexionemos sobre esto. La educación, a largo plazo, es más sólida, porque lo que se pretende es formar integralmente personas. Esto es de primero de cualquier carrera dedicada a la educación. El hecho es que esa persona, por lo general, mantendrá unos principios toda su vida, porque, una vez formados (el proceso de formación), la «trans-formación» es difícil, y se da habitualmente en casos extremos. De este modo, esa educación se transmite y se refuerza generación tras generación, porque al final nos educamos más en casa (nuestra educación social) que en la escuela, y esa educación, al final, es la que más cuenta. Pero he aquí la paradoja: si llevamos más de siglo y medio, poco a poco, clandestinamente casi, esforzándonos en esto, ¿por qué apenas si se ha avanzado? Es cierto que ha habido multitud de conquistas sociales, pero esas conquistas, después de ganadas, hay quien se da por satisfecho o la siguiente generación la da por hecho sin tratarla como un pilar de su cultura. Por eso es que, actualmente, el vanguardismo mediático (y todo lo mediático) tiene más fuerza, porque es inmediato, es presente, porque da una satisfacción directa. Es tacticismo, como se le critica a Podemos, mientras que la otra perspectiva es de «campaña», a largo plazo y a gran escala. Si fueramos los mismo que hace cien años, probablemente la política mundial hoy sería muy distinta, pero eso sólo es imaginación. El hecho es que las generaciones cambian, y el medio, y la forma en que el contexto nos influye y cómo influimos nosotros el contexto es diferente. La estrategia de «a la Revolución por la educación», es buena, tal vez sea la mejor, pero, ¿es conveniente? Porque, por ejemplo, ¿cómo hacer una asamblea si nadie sabe hacer una asamblea? Es decir, desde la política alternativa se reivindica el asamblearismo, pero no sabemos hacer asambleas. Y eso no es porque, como dicen, no haya cultura asamblearia: es porque no se saben hacer asambleas. En grupos pequeños las asambleas funcionan, pero a medida que crece el grupo, las dificultades aparecen (liderazgo informal, respuesta por alusiones, inmoderación, turno y tiempo de palabra, etc.), y sin una organización rígida (que a todas luces aparece como antidemocrática o anti-asamblearia), no salen bien. Y esto es porque no se ha experimentado suficiente a gran escala los distintos modelos asamblearios posibles. Lo que hay que hacer es experimentar, pero eso requiere un esfuerzo, un tiempo, y una capacidad de convocatoria demasiado grande para el mundo en el que vivimos.

Vuelvo al principio, al curso de formación participativa, y a aquella tímida señora jubilada que iba a «aprender» y que no volvió a abrir la boca durante el resto de la «clase». Personalmente no considero que aquella primera sesión estuviera construida para «iniciar» a nadie: aunque fue básica, había algunos conceptos que se daban por sabidos, o más que los conceptos, ciertas estructuras conceptuales sobre las que no se abundó. Al final (y por mi culpa, que todo hay que decirlo), se exaltaron los ánimos por cuestiones doctrinales, y aquello pareció más una discusión de «comité revolucionario» que curso de universidad obrera. La idea es que se ha abierto un abismo. No estoy seguro desde cuándo está abierto, pero hay un abismo entre la educación y la cultura orientada a la emancipación y los objetivos de esa educación, los obreros (o la gente común en general, porque ya es difícil hablar de obreros). O, mejor dicho, el abismo se ha abierto entre quienes llevan esa educación, los «docentes», y su público objetivo. Tal vez sea porque no han sabido adaptarse a los nuevos tiempos (y por eso, de forma inmediata, el vanguardismo suele triunfar). ¿Cómo conseguir entonces aquello de «soviets más cultura», si ni hay soviets ni hay cultura? Una pregunta igual demasiado grande para tan poco espacio.

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