[Chicho Sánchez Ferlosio – Gallo Rojo]
En Autobiografía de Federico Sánchez, Semprún toca muchos temas que afectan directamente a la historia del activismo en España, por lo menos en lo que atañe al Partido Comunista, en épocas turbulentas con Carrillo a la cabeza, estalinizados y desestalinizados, terrorista y apaciguadores, coherentes e incoherentes,… muchas dicotomías de cuidado. Este libro de Semprún es interesante porque hace una disección de la vida del activista, por lo menos de un tipo de activista, y de su evolución, y de cómo se ven desde dentro las distintas iniciativas y acciones. Dejo claro que hablo unilateralmente: aunque tengo lecturas varias de posiciones, digamos, «oficialistas» dentro del Partido Comunista español, no puedo decir que éstas hayan sido suficientes, tanto en cantidad como en calidad, como para hacer frente de forma seria a las críticas al aparato del PCE durante el franquismo. Como dice Semprún, hasta que no se haga una historia interna del PCE no se van a depurar muchas responsabilidades y se van a aclarar actos de dudosa moral, aunque sea un trabajo que pueda destruir más que construir. Por lo tanto, me fio, al menos provisionalmente, de la palabra de Semprún. Y Semprún habla de un evento siempre deseado y nunca alcanzado, la Hache Ene Pe. Las siglas de este animal mitológico significan un absurdo para un Semprún ya maduro y mucho para los sueños de juventud de muchos comunistas hasta que murió Franco, cuando ya se hizo innecesaria, un criptograma que señala la llamada Huelga Nacional Pacífica. A grandes rasgos, la Huelga Nacional Pacífica o HNP lo que pretendía era una huelga general que realmente paralizara a todo el país sin coste de vidas, sin derramamiento de sangre (no querían otra Guerra Civil), y que esto derivara en inestabilidad para el régimen que estaba dando sus últimas bocanadas y que la caida de Franco y la renovación democrática se hicieran necesarias. Esto lo pensaban los comunistas españoles desde 1947, y nunca se dio, aunque no haga falta decirlo. Incluso después de la muerte de Franco y el comienzo de la transición, Carrillo seguía diciendo que, si Franco no hubiera muerto, la HNP habría tenido lugar al poco, que estaba a punto de ocurrir. Para los comunistas españoles, el régimen franquista siempre esta a punto de caer.
La HNP es la representación arquetípica de la utopía del activista, o incluso, del revolucionario posmoderno. Esta figura es el ideal del activista, el momentum bíblico en el que el destino de una comunidad política cambia para siempre. Pero siempre está por cambiar para siempre. Claro, que la HNP representaba para los activista antifranquistas la salida desde la concordia de la dictadura, como decía antes, sin derramamiento de sangre, desde el convencimiento de las masas (de todas las masas en su heterogeneidad) de que la «cosa» no funcionaba y había que hacer un cambio comedido. Desde otro punto de vista, lo mismo parece representar en nuestra actual democracia la huelga, así, a secas, como la que hoy, 24 de Octubre de 2013 han convocado los estudiantes, o si no han sido ellos, por lo menos se convoca para el ámbito estudiantil. La leyenda teórica que se ha transmitido desde experiencias como la no-HNP es fundamental, porque, aunque nunca tuvo lugar, la HNP funcionó. No importa que en la práctica la salida a la democracia se realizara por otros cauces, porque el activismo, para los activistas, fue fundamental. Y es cierto que fue fundamental en los aspectos concretos de la vida, pues crearon una mentalidad bastante importante. Dado que en lo concreto las huelgas fueron un relativo éxito (añádanse manifestaciones, sentadas, encierros, caceroladas, etc.), se confirmaba el éxito de una HNP que nunca sucedió, pero que emana la pureza de la revolución que ha de venir. Secularizado de la jerga mesiánica del Partido, el objeto de las huelgas hasta ahora, por lo menos en España (y por lo menos lo que conozco, que ya es mucho salvarme el culo), siguen la estela de la ucrónica HNP. Se sigue esperando la gran huelga general que movilice a las masas (a todas las masas), paralizando el país, y obligando al imperio de los fascistas del gobierno (de cualquier gobierno) a claudicar. Todo, por supuesto, desde la más absoluta corrección pública, pacífica y comprensiva. Los esquiroles son trabajadores (o estudiantes) que no han tomado conciencia. La violencia está prohibida a los piquetes. La violencia es cosa de la policia. Y aquellos que sean violentos en las filas de los huelguistas, son desviados, activistas perversos. Tal vez no se diga con estas palabras, pero éste es el espíritu.
Entonces, ¿qué pasa realmente en/con las huelgas? Nada. Por lo menos a nivel político. Aquel huelguista que espera con su acción de un día hacer colapsar el sistema pues… vive en el siglo pasado. Se podría decir que incluso les vienen bien de vez en cuando al sistema una huelga que otra, así tienen un día de depuración, de quema de papeles a oscuras, o, simplemente, un día que te ahorra millones en sueldos. Es decir, la idea actual de la huelga como herramienta de lucha obrera ha perdido toda su efectividad histórica. Pero pervive una cosa importante: el símbolo. La huelga es el ejercicio de la libertad del trabajador a expresar su descontento, y eso se mantiene. La huelga es el símbolo de la lucha, aunque sobre el papel no sea determinante. A pesar de esto, hay otra cosa más importante que su aspecto simbólico, y su más que superada función reivindicativa. Es un aspecto que no se tiene en cuenta, que los revolucionarios románticos no saben usar apenas, aunque la practican casi sin darse cuenta. Me refiero a la huelga como punto de encuentro, de reunión, de discusión, y de ampliación del campo de batalla. Hace poco le comentaba a un compañero que un encierro en una facultad de la universidad no valía para nada salvo para que la gente se conozca y se comience a planear un trabajo en comunidad. Los encierros tienen poco valor reivindicativo a no ser que se hagan en lugares importantes y por la fuerza. Sin embargo, en los encierro se conoce gente nueva, con las mismas ansias revolucionarias; gente con la que trabajar codo con codo y organizar actos de concienciación, huelgas, más encierros, lo que sea. Y ese es el valor de las huelgas actualmente: actúan como foco de la protesta, como punto de encuentro de descontentos heterogéneos. Eso es lo que no se sabe apreciar. La resistencia ante el sistema no brota de un momento epifánico que desmorone los pilares del cielo, sino de la actividad pequeña y contínua, la creación de una red que se iguale al sistema pero difiera de él. Sólo se puede destruir algo si se crea algo. Es hora de repensar la forma de actuar, empezando por la huelga. Hasta las ruinas tienen una conformación ordenada.