[Munly & the Lupercalians – Grandfater]
Antes era válido acusar a quienes historiaban el pasado de consignar únicamente las «gestas de reyes». Hoy día ya no lo es, pues cada vez se investiga más sobre lo que ellos callaron, expurgaron o simplemente ignoraron. «¿Quién construyó Tebas de las siete puertas?», pregunta el lector obrero de Brecht. Las fuentes nada nos dicen de aquellos albañiles anónimos, pero la pregunta conserva toda su carga.
Así comienza Carlo Ginzburg el Prefacio de su libro El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del s. XVI (Barcelona, Ediciones Península, 2010 [1976]), y pocos libros he leído que comiencen con tanta fuerza. Lo que a simple vista puede parecer una obra historiográfica, una panorámica contextualista del s. XVI, a medida que uno se sumerge se da cuenta que es un verdadero manifiesto, una reivindicación de los «olvidados de la Historia». El Prefacio es una declaración de intenciones, el resto del libro es la muestra de como la historia del «pueblo», de la «clase subalterna», se abre camino en la Historia con su propia lógica y sus propios mecanismos, al margen del domino de la «cultura oficial». Este libro, como reza su subtítulo, trata acerca de Menocchio, un molinero friulano con unas «peculiares» concepciones del cosmos. Pero, a pesar de lo interesante que es la historia de este personaje, creo sinceramente que es lo de menos. Las peripecias de Domenico Scandella (nombre real de Menocchio), los procesos inquisitoriales que le llevaron a la hoguera, sus lecturas, el contexto en el que vivía, y la exposición de todo esto, no es más que la muestra explícita de un método de investigación. No estoy, de ninguna manera, quitándole fuerza al texto, al motivo central del mismo. Todo lo contrario. Es un gran texto, porque precisamente su motivo, tan concreto y tan particular, no devora la constitución y la técnica expuesta, sino que está al servicio de un método que tiene mucha más amplitud. Voy a dejar a un lado las aventuras del señor Scandella para centrarme en el objetivo profundo del texto, aunque recomiendo encarecidamente leerlo, pues el panorama cultural del s. XVI que ofrece desde la vida de este molinero es sencillamente espectacular. La cultura es un campo de fuerzas.
Si el motivo del libro es la historia de Menocchio, el tema es la recuperación de «los excluidos» para la Historia. Menocchio no es más que la figura de la «cultura subalterna» que ha sido o repudiado o instrumentalizado por la «cultura dominante» u «oficial». En lo que se refiere a los excluidos de la Historia, parece muy complicado redimirlos (es decir, «liberarlos», que últimamente tengo muy presenta a Benjamin) cuando se encuentran bajo el imperio de las fuerzas de dominación oficiales. La Historia es contada por los vencedores, y los vencidos quedan en la cuneta, en olvidados osarios, o son esas florecillas del borde del camino que son pisadas por el progreso, como diría Hegel. Y sin embargo, sigue habiendo flores, y la grama continúa extendiéndose a pesar del herbicida. El objetivo del historiador actual no es tanto contar las «gestas de reyes» como la tarea del trapero que tanto fascinaba a Benjamin. La Historia nos proporciona pocos textos acerca de los olvidados. Los olvidados de la historia no suelen haber dejado obras y escritos que den fe de sus vidas. Al contrario, quienes han tomado acta han sido los dominante, los poderosos, y la imagen que nos han transmitido ha sido una imagen deformada, interesada, a veces patentemente ficticia, de lo que se ha llamado cultura subalterna, pero que simplemente podemos llamar «cultura popular». Los testimonios que han llegado forman barreras difícilmente franqueables, que lo que pretenden es construir una mitología demonizante de la vida del vulgo. Así, si nos acercamos, como comenta Ginzburg, al fenómeno de las brujas en los siglos XVI-XVII, no encontramos textos que no hablen desde el punto de vista de inquisidores y juristas. Quienes hablan sobre las brujas son sus opositores, y dan una imagen pretendidamente deformada de las mismas; las brujas nunca hablan, o no se les ha permitido hablar. Sólo a través de las antinomias inmanentes a los textos podemos vislumbrar las posibles salidas y definiciones de la cultura popular. Eso es lo que sucede con Menocchio: sólo de forma tangencial podemos descifrar su pensamiento y su curiosa cosmogonía. Son las extrañas respuestas que da a las preguntas de los inquisidores, los documentos marginales de sus lecturas, y un análisis del contexto histórico en el que se movía el que nos ayuda a descifrar la génesis de una cultura oral genuina. La interpretación tiene que ser cuidadosa pues se corre el riesgo de buscar una cultura autónoma frente a los movimientos intelectuales o una dominación ideológica, una imposición por parte de los poderosos. Esto se da, pero el análisis tiene que ser cuidadoso, porque el material es tan exiguo y tan fragmentario, que únicamente podemos presentarlo, y dejar que por su propia lógica histórica saque a la luz los huesos de la cuneta.
La cultura subalterna, olvidada, excluida de la Historia, se puede considerar un motor fundamental de la propia Historia considerada oficial. ¿Cómo tenemos la soberbia de pensar que la Revolución Francesa fue promovida por los ilustrados, cuando en aquella época en Francia apenas si sabía leer un tercio de la población? Fue un proceso largo, que se dio en el seno del campesinado y las clases más bajas. Y estas apenas tenían noticia de los titulares y comentarios que corrían por la capital. Hay una alimentación de ambas, pero no se debe desdeñar el poder de la cultura subalterna. Y aunque sólo nos queden las ruinas monumentales de la Tebas de las siete puertas, reconocemos las manos de unos obreros manufacturando los materiales de sus muros. ¿Cuál es la función de este tipo de trabajos intelectuales como el de Ginzburg? Traer a la presencia a los olvidados, los excluidos de la Historia, los libera. Es la fórmula de la redención benjaminiana (con la que tengo ciertos problemas de cosmovisión), de darle a aquellos que dieron con sus huesos en la cuneta de hablar a través de su historia. Quitarles el yugo de esclavos y restituir la vida a su facticidad; es decir, llevar la justicia a la Historia, o la Historia ante la justicia.
Si no al lector no le resulta intenteresante el anecdotario histórico, esa concreta parte del vertedero de la Historia, el caso particular de Menocchio, puede prescindir de la lectura de la totalidad del libro, y limitarse al muy recomendado Prefacio y los primeros capítulos del texto. Pero sin duda es una lectura que merece la pena, sobre todo para comprender el valor de esos momentos de la Historia (la «universal» o la biográfica) que se suelen considerar nimios o marginales, pero que, como cualquier otro momento histórico, no conocemos su alcance y su importancia puede ser vital para la comprensión del presente. Esa pequeña historia es tanto o más importante que la gran Historia de los libros de texto, y es necesario traerla a la presencia.
Tenemos un concepto de Historia que deja fuera mucho de lo que la compone. No sé por qué algo que es tan evidente en realidad nos resulta tan difícil de digerir.
Hasta el más mierda hace Historia.
¿Quién sabe dónde estará este blog dentro de 100 años, o en qué consideración se le tendrá? Lo mismo sales hasta en los libros de texto (suponiendo que aún haya) como ejemplo de escritura antigua xD
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