[Devil Town – Daniel Johnston]
– Has hecho un buen trabajo. Puedes marcharte.
– Pero es que yo no quiero marcharme. Por Dios, ¡no quiero!
– Es inevitable. Has cumplido con el propósito que se te fue encomendado por tu conciencia y por tus camaradas. Es curioso cómo sois los rusos: aparecéis los primeros en las historias de rebeldes y terroristas, pero nunca os alejáis bastante de Dios. Supongo que será un prejuicio histórico. En el futuro cada vez que un literato quiera escribir de la lucha de los pobres, de la opresión, de mierdas de esas… seréis los protagonistas. Aunque no hagáis nada bueno.
– ¿Pero de qué hablas?
– Sois carne de ficción, amigo. Posiblemente por eso nadie os tome en serio…
– ¿Has venido a consolarme? Porque no lo parece. Además, no eres quién para darme discursitos ni el permiso para marcharme. Tú estás tan metido en el ajo como yo, y sabes que si yo no salgo vivo, tú tampoco.
– Discrepo, pero tampoco quiero apostolar de mi labor.
– No, venga, dime, piquito de oro, cómo saldrás de esta.
– Te recuerdo que no existo.
– Según para quién.
– Según tú no debería existir. Y sin embargo, aquí me tienes. ¿No dices nada?
– Eres un producto de mi mente. En cuanto muera, desaparecerás.
– ¿Me tratas como una alucinación?
– Es lo que eres.
– Entonces, estás loco.
– No intentes hacer eso de nuevo. No estoy loco.
– ¿Hacer qué?
– Hacerme creer que estoy loco, y así convencerme que mis actos no son responsables, que actúo por enfermedad, no por convicción.
– ¡Intento salvarte! ¿No valoras eso?
– ¡No! Mi vida tiene un sentido, un objetivo. Y si soy un loco nadie tomará en serio mis actos. La condena da sentido a mis convicciones. Si he de morir moriré, con la satisfacción de haber liberado a la humanidad de la opresión.
– Sabes que no has hecho eso.
– ¡No me interrumpas!
– ¡Imbécil! ¿Crees que tirar una bomba en un café de la ciudad es un acto liberador? ¿Crees que esa sangre eliminará la opresión?
– La reversión del poder opresor sólo puede atajarse a través de la violencia que despierte las conciencias por las cabezas degolladas de los terratenientes y los tiranos. Sólo podemos darle libertad al pueblo eliminando a aquellos que controlan la fuerza, otorgándosela a los obreros. Y si hay que matar, se matará a todo aquel que se ponga en medio del camino del progreso. Los caídos son mártires de la causa. La Historia nos recordará como libertadores, no como asesinos.
– La Historia recorre unos caminos muy inciertos…
– Seremos recordados, y seré un ejemplo.
– ¿Ahora quieres ser mártir?
– ¿Qué? ¿Cóm…?
– Antes decía que no querías marcharte.
– Y no quiero, pero es imperativo…
– Entonces bien. Te tengo reservado un hueco en el séptimo círculo de mi reino en el que estarás más que agusto.
– Ningún Dios me doblegará.
– Ya estás doblegado.
– Tú debería ser cómplice conmigo. ¿No eres el Señor de las Tinieblas? ¿El Señor del Mal? Si yo he hecho mal, soy tu súbdito. Te estoy encumbrando, alabándote. Ayúdame.
– Luego ahora existo.
– ¡No! ¡No existes! ¡Ni tú ni Dios ni nadie! Sólo el hombre…
– Éste chiquillo…
– Déjame en paz. Sólo deseo que esto termine pronto. Mis hermanos me honrarán y la Historia me hará justicia.
– No serás capaz de dormir nunca más.
– Estarás muerto.
– Te honro. Sálvame. Pero no como un loco. Si eres la conciencia de mi mal contra los hombre, dale sentido a través de tu existencia. Muéstrate. Soy la herramienta. La mano del mal por el mal. Si eso es la revolución, que se desvele la verdad en el corazón del progreso.
– Qué ingenuo eres.
– ¿No es eso lo que decía antes? ¿Cuánto tiempo llevamos hablando de esto? Nueve años hace que me visitas, ¿qué tengo de especial?
– Tienes una mente interesante. Eres como esos rusos a los que admiras: el primero en la rebeldía obrera contra reyes y dioses, pero con la necesidad abrumadora de reyes y dioses.
– Y ahora me humillas.
– No. Es admirable. Equivocado, pero admirable. A mi me importa un comino el mal. No me importa el daño que hagas, no me importa que mates gente. No me importa que seas bueno «como Dios manda» o seas un demonio sangriento. No, nada de eso me importa.
– ¿Entonces para qué me hablas?
– Porque tienes una mente interesante. Esas contradicciones que muestras son fascinantes.
– Cuéntamelo ahora mientras me quede tiempo.
– El tiempo… Es una pena que todo esto no sea más que un ensayo. El tiempo es infinito. Tendremos mucho tiempo para hablar, descuida. Esto es sólo una preparación. Siento que a pesar de mi edad, no soy más que un chiquillo juguetón que no es consciente de lo que hace, de cómo lo hace, y de cómo debería hacerlo. Aunque no exista.
– ¿De qué demonios hablas?
– De demonios precisamente. No te preocupes: esta conversación no ha hecho más que empezar.