Tomar partido

[Bruckner por Furtwangler – Adagio sinfonía nº 7]

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Desde hace una larga temporada llevo sumido en un universo conceptual que quien considere seriamente hablar de sí mismo como artista tiene que afectarle. Si no es así, o no es un artista auténtico o ha superado con creces las contradicciones del arte. Si alguien que lea esto cree sinceramente que ha superado la dialéctica del arte-mundo, por favor que me lo cuente, pues estoy atrapado. Me refiero al papel del arte con respecto a la sociedad, a su «compromiso» (signifique lo que signifique esto), y a su simple definición: seguimos enfrentándonos a la pregunta «¿qué es arte?» con perplejidad. No voy a hablar aquí ni de una definición de arte ni de la consideración social (que no sea un oficio de hecho, y esas cosas). Me quiero enfrentar brevemente a un problema que estoy estudiando obsesivamente para un trabajo de investigación: el compromiso del arte, su papel para con la sociedad, para con la realidad, su lugar en el mundo. Esta cuestión se acerca periféricamente a una posible definición de arte, pero tan marginalmente que sólo tendremos apuntes y esbozos muy problemáticos sobre una caracterización del arte. Aunque, como digo, llevo ya bastante tiempo con estos temas, esta semana pasada (del 21 al 24 de febrero) se representaba en el Teatro Lope de Vega de Sevilla la obra de teatro Taking Sides (traducida como «tomar partido»), de Ronald Harwood, representada por La Fundición (un grupo de teatro de Sevilla). No voy a hablar demasiado de la representación en sí. Sólo comentar que era una producción muy cuidada, con una escenografía sencilla pero bien traída, con una dirección muy apropiada (a cargo de Pedro Álvarez Ossorio), y con un Antonio Dechent que se salía. Sobre la obra en sí, decir que lamentablemente no está en castellano (por lo menos, yo no la he encontrado), pues por lo poco que he leído, la obra de Ronal Harwood merece la pena. Trabaja como guionista de cine además de como dramaturgo, y recibió un Oscar al mejor guión por El Pianista. Para el que le interese, hay una película de la obra, aunque no la he visto.

En lineas generales, la obra trata de los procesos de «desnazificación» en Alemania tras la II Guerra Mundial que en paralelo a los Juicios de Nuremberg se hicieron sobre los «artistas del Reich». Se habla de gente como Von Karajan, o Strauss, pero la obra se centra en el proceso contra Furtwangler, magnífico director de orquesta que se quedó en Alemania y fue complaciente con el régimen y que fue considerado uno de los mejores por no decir el mejor director de orquesta del s. XX. En la obra, el comandante del ejército americano Steve Arnold (Antonio Dechent), es el investigador encargado del proceso de Furtwangler (Roberto Quintana), que por sus convicciones personales llevará la investigación a límites insospechados. Para resolver la participación o no de Furtwangler en el Reich, Arnold interrogará a su antigua orquesta (varios papeles interpretados todos por Emilio Alonso), y cuyas convicciones con el caso serán puestas en tela de juicio por su secretaria Emmi Straube (Rocío Borrallo), hija de un militar conjurado para matar a Hitler en el 44, y el teniente británico David Wills (José Manuel Poga), cuya estima por la figura de Furtwangler distorsionarán la objetividad con la que se lleva el proceso. Nos encontramos ante un escenario de puro conflicto, entre la práctica y los ideales, entre el «ser genio» y «ser hombre», entre la fe en el arte como redentor y la miseria que nos muestra la realidad. Todo ello acompañado por la música magniífica de Beethoven, Bruckner, o Wagner.

TOMAR PARTIDO_01_©LuisCastillaFotografía

Lo primero que quiero comentar es algo que no está dentro de la obra, por lo menos, no implícitamente. La reacción del público a su término. Hubo aplausos furibundos durante al menos cuatro minutos. Yo no pude aplaudir. No porque no me gustara: me encantó. Sino por otra cosa. La obra era una representación del Horror como unicamente se puede mostrar: de forma indirecta. Se habló de los nazis, de sus atrocidades. Se pasaron videos de los campos de concentración. Y se mostró a los hombres que estuvieron dentro del Reich, colaborando, activa o pasivamente. ¿Cómo aplaudir eso? Lo cierto es que la gente puede salir reflexionando, puede salir pensando las implicaciones de lo que se ha dicho en la obra. Y la gente hablaba sobre el significado e intenciones de la obra: que si una defensa de la no-implicación del arte en la política, que si un ataque a las atrocidades del nazismo, o una crítica a la hipocresía de quienes se quieren salvar del infierno, etc. Todo esto está bien, pero se aplaudió al final. ¿Qué quiero decir con esto? Que cualquier posibilidad de crear conciencia, una conciencia de ruptura que nos ayude a comprender lo que la obra muestra, se ve silenciado por los aplausos. Lo que hace el aplauso es subsumir el conocimiento en el placer estético, reintegrar y redimir la experiencia ruptora en nuestro universo de cordura. Decir «disfruté la obra» es ser cómplice de los campos de concentración. Es exagerado, por supuesto, pero en la exageración tal vez se encuentre el tono justo. La obra muestra el Horror, y el espectador lo único que sabe hacer es decir «qué buena» y darle vueltas para integrarla en su vida. Es la catarsis aristotélica, la expurgación del alma, la tranquilidad ante la incertidumbre, a pesar de la muerte.

De esta manera, aunque se puede pensar y darle vueltas a las ideas que trata la obra, digamos, las ideas superficiales, posiblemente no se alcance la reflexión profunda que, sin ser explícita, aparece en la obra de arte. Hubo una pregunta que me dejó paralizado. La hacía el comandante Arnold, sobre los judíos que salvó Furtwangler durante el Reich. Parece una pregunta bastante estúpida, porque sí había pruebas más o menos consistentes de las atrocidades de los nazis a los judíos. Pero al término de la guerra, cuando se descubrieron lo campos de exterminio, ningún alemán decía tener constancia de ellos. Nadie, incluyendo personajes de las altas esferas, conocía la existencia de los campos. Si esto es así, la pregunta que hace Arnold es «¿por qué había que salvar a los judíos?». Es cierto que hubo una política racista, pero nadie en principio conocía su exterminio. Entonces, ¿por qué Furtwangler los salvaba? ¿Acaso sabía algo que nadie más sabía? Si sabía algo que nadie más sabía, estaba en las altas esferas, porque sólo los dirigentes importantes estaban al tanto del exterminio. Y en tal caso, Furtwangler era cómplice del exterminio. Cualquier excusa es inútil, pues colaboró, aunque fuera pasivamente, con los objetivos del Reich. No le valen sus buenas acciones para con los judíos de salvoconducto, de seguro frente al juicio contra el nazismo. Es entonces cuando salen otras voces de defensa: Furtwangler es un genio, él se quedó en Alemania por la música, para mantener y defender la cultura germánica, su larga tradición, frente a la barbarie. «Arte y política deben estar separados» decía Furtwangler, y él nunca tuvo carnet del partido nazi (no como el joven Karajan, que tuvo dos). Él era un artista, y no se inmiscuía en política. Por eso no se exilió y siguió trabajando bajo el poder nazi, porque tenía un deber para con la cultura. Sin embargo, se descubren a lo largo de la obra sus verdaderos motivo, motivos menos trascendentales y más humanos. Motivos de celos, de fama, de miedo, que no voy a pormenorizar, que, aunque no descartan su labor con el espíritu, lo muestra como un hombre, sin más. Furtwangler es un hombre, y como tal, aunque vaya detrás de grandes ideales, es un hombre sujeto a contradicciones naturales, a miedos y a anhelos que la coherencia no puede asumir. El genio se ve destruido. Y no se le puede defender.

Algo que yo me pregunté al terminar la obra era si existía algún teórico que haya defendido la separación completa entre arte y sociedad, como cosas diametralmente distinta. Existen artistas que sí lo han defendido, pero no conozco posiciones teóricas que lo fundamenten. A pesar de todo, es imposible, el artista, desde que es hombre, está implicado en la realidad social. Es ineludible. El arte puede considerarse como redentor, como revolucionario, como muchas otras cosas. El arte puede tener significados distintos según donde aparezca. No era lo mismo la interpretación de Wagner en la Alemania nazi como lo mismo en los EE.UU. Pero el artista que interpretaba a Wagner en la Alemania nazi se encontraba en un contexto que lo condicionaba, que lo comprometía de una cierta manera que era totalmente distinta en los EE.UU. Ahí la importancia de «tomar partido». Tomar partido no es tomar el compromiso activo hacia una posición política o intelectual, no es sólo adscribirnos a un proyecto. Este sería el sentido fuerte de «compromiso». «Tomar partido» quiere decir que desde el momento en que estamos inmersos en un contexto, participamos con él, y sea nuestra postura activa o pasiva, somo cómplices. Nunca me ha convencido totalmente la idea de, por ejemplo, «si no votas no te puedes quejar, porque no participas en la democracia». O «si no te quejas estás siendo cómplice de los opresores». Nunca me han convencido del todo estos argumentos, y menos aún en la sociedad global actual. Existen muchas formas de comprometerse y de ser comprometido. Pero hay parte de verdad, y manque me pese darle algo de crédito a Sartre, desde el momento que estamos en el mundo estamos condicionados, comprometidos. Todas las acciones, activas o pasivas, se unen a la intrincada red de la realidad, y hacen de nosotros o cómplices o revolucionarios. Es decir, no se elige tomar partido o no, se impone.

Y lo único que les queda a muchos sobre el Horror es el olor a carne quemada de los crematorios.

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2 pensamientos en “Tomar partido

    • He olvidado mencionarte, un grave error por mi parte. Ya está subsanado.
      Enhorabuena por la obra y gracias por el comentario.
      Un saludo.

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