Puedes pagarme un trago y te diré qué he visto.
Hacer un estudio sobre la música de Tom Waits es un trabajo ingente. No sólo por la extensa discografía en sus cuarenta años de carrera, sino también por lo intrincado y expresivo de sus letras, de su música, sus declaraciones, y aún más, su vida. Es un heredero directo de la música «pre-posmoderna». Sus fuentes son el blues pesado que se empezó a gestar en los barrios bajos de Detroit y el jazz de los hipsters de los cincuenta (aquel de Kerouac, de sótanos, humo y tristes trompetas). Como se suele decir, de origen humilde, desde pequeño se vio inmerso en los bajos fondos de California (lo que resulta algo irónico), trabajando en bares y pubs, ganándose la vida como podía. Allí fue donde absorvió las primeras influencias musicales suburbanas de los años sesenta, además de comenzar a leer autores de la Generación Beat. Todo ello influyó determinantemente en su forma de ver el mundo. Es más, estando ya en el sistema musical de grandes compañías y productoras, es reseñable su resistencia al mundo publicitario y mass-mediatico. Ha entrado en varios litigios a los que ha llegado primeramente al rechazar su participación (o de su música) en spots publicitarios, en los que tras su negativa los vampiros empresariales han plagiado su música de mala manera. Por ello ha ido a juicio, y creo que ha ganado la mayoría. Esta resistencia al mundo de la fama va más allá, llegando a denunciar a su biógrafo (no-oficial, que todo hay que decirlo) porque este se ha empeñado en sacar a la luz en una biografía todos los entresijos de la vida privada de Tom Waits. «Todo el mundo debe saber qué es de la vida privada de su héroe», arguye Barney Hoskyns (creo que así se llamaba el tipo en cuestión). A lo que Waits responde, «ellos sólo tienen que conocer mi talento, lo demás no les importa». Como decía en la primera parte, no se resiste a estar en la Industria de la Cultura, no tiene razón para ello. Tiene que comer. Pero él hace lo que quiere, en el sentido que sigue siendo una persona individual, que simplemente crea de otra manera. Lo mismo que sabemos de los logros de un premio Nobel, pero no nos interesa su vida privada. También esta «necesidad» de privacidad se ve en su música, de la cual hablaré a continuación. Otra cosa que añadir, antes de sumergirnos en sus letras y sus sonidos, es su estética. Participa completamente de esa apariencia de bajos fondos tan del jazz de los sesenta/setenta, de humo y vapores, rodeado de un atrezzo sacado de un vodevil tosco y seco como un viejo blues de Lousiana. Para hacer síntesis, se podría decir que su «estar» es una escena sacada de un sótano de Nueva Orleans. Cool.
Su voz es la del diablo. Sin ninguna duda. Este corte une las canciones Lucinda, que en el original es una pura worksong donde Waits da todo lo que se puede dar por una mujer, recibiendo sólo el rechazo y la muerte; y tiene sentido que la intercale con Aint’ Goin’ Down, donde reiterativamente Waits rechaza la caida, no quiere caer, se reafirma como creyente, cree. Pero, ¡ay! ahí está el amor. Waits tiene un gusto particular por lo oscuro de la condición humana, y, a diferencia de los románticos, que ensalzaban a los marginados, a los piratas, a los mendigos, a lo que se encontraban en el extrarradio de la humanidad, Tom Waits muestra a estos tal y como son, con sus miserias y sus pequeñas alegrías, con sus vidas, y la aceptación de sí mismos, pese a que de vez en cuando deseen más. He ahí unos de los principales valores de la música de Waits: muestra la miseria humana sin escrúpulos, tal y como es. Y no sólo eso, sino que va más allá, y mira a un mundo en el que el hombre, como individuo y como especie, no es nada para nadie, ni para sí mismo, ni para el mundo. Da «fe» de ello la canción Small Change.
Es más, cualquier consuelo metafísico es inutil. Al hombre se le puede disfrazar con mil máscaras, puede curar su culpa con mil rezos, pero al final, al más bajo de los hombres lo único que le consuela es perder el sentido con un trago de whisky, llorar en un puente viendo pasar el agua, o simplemente, un beso, un abrazo. Me gusta por ello, por ejemplo, Chocolate Jesus, que no hace falta creer en un Jesús crucificado ni ir a la iglesia a rezarle, que me contento con mirar ese Jesús de chocolate que hay en una tienda, y me satisface más por dentro y por fuera que cualquier otra cosa. Una dulce ironía contra el moralismo del mundo cristiano y cualquier consuelo metafísico. Tom Waits va al corazón de la condición humana, y se rie de él. Esta es la única manera de sacarlo afuera, de hacerle salir de su escondite de persona, de vida alienada en la sociedad. Y el marginado es el retrato más fiable de esa sociedad. Vemos al «verdadero hombre» enfrentándose al moralista, al rico, a la élite. Pero esto también es un desconsuelo, y se termina perdiendo en sí mismo, y por ejemplo, si recurrimos a Alice (en homenaje a Alice in Wonderland), a la locura y la desesperanza. La ironía y el cinismo son de peligroso manejo, ya que un mal uso te lleva a la tumba, al nihilismo destructivo, suicida.
Y una vez que estamos abajo del todo, y Waits lo sabe, sólo nos queda reconocer que somos «basura en el suelo», Dirt in the Ground. ¡Ay! Esta es la canción más triste (metafísicamente hablando) que he podido escuchar. Basura en el suelo, estamos atados al mundo, porque el infierno se sale de sí y el cielo está lleno. Y si se ajusticia públicamente a un asesino, es para que todo el mundo sepa que da lo mismo, todos acabaremos igual. Diviértete viendo como él muere antes, o lo que quieras, pero el final es el mismo. Recuerda a un Memento Mori, o a una de esas famosas «vanitas» barrocas, con su alto simbolismo. Esta canción merece mucho la pena escucharla con detenimiento, leerla, y sentirla.
¿Qué queda? Ya no se puede ir más hacia abajo, ya estamos en la miseria. Pero no quiero dejar a esta altura a Tom Waits. No todo es miseria. Es más, podemos entenderlo como todo lo contrario. Espero que se haya notado el sentido camusiano que le he querido dar a mi análisis de la música de Tom Waits, porque esa era mi intención. Y es que, en un sentido metafísico, de una cierta ontología de justificación estética, una vez que hemos visto que el mundo no significa nada, que no hay nada después de la vida, o que en realidad no podemos esperar que haya nada, una vez instalados en esa soledad miserable y trágica que caracteriza el hacer humano en el mundo, pues sencillamente, quedamos nosotros mismo. Y esa es la alegría. Seamos responsables de nosotros mismos y de nuestros actos, sepamos nuestros límites, nuestro fracaso, y construyamos con coherencia. Seamos felices con lo que tenemos, sintiéndonos dueños de ese pedacito de universo que somos nosotros, como Sísifo. Este es el sentido, y el final, que quiero dejar de este magnífico músico llamado Tom Waits. Y para ello, no hay mejor canción creo que You can never hold back spring. El mundo sigue, no podemos retener a la primavera, pero es inutil desesperar por ello. Recordemos lo bueno, lo bonito que nos da la primavera, y continuemos, y esperemos que llegue otra, junto a alguien, sintiéndonos humanos, o mejor, sólo sintiendo. Magnífica.
Y aquí terminamos. Sé que no he sido lo suficiente preciso en un análisis de discos, de su evolución musical, pero no es algo que pretendía. Tal vez en otro momento. Creo que este breve análisis ilustrado de su música, da a entender porqué lo sitúo dentro de esa «otra Posmodernidad musical». Tom Waits no pretende adormecernos, no quiere entretenernos sin más, no escribe sólo para eso, sino que va más allá, y nos muestra el mundo que él ve, un mundo miserable, sí, pero también hermoso. El desencanto trágico que nos lleva a un optimismo vital. Es paradójico, lo sé. Pero eso es porque tenemos un mal concepto de «lo trágico». Yo creo que Waits sí lo ha comprendido. Y a su salud, me quito el sombrero.
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