Un tema que me fascina y que me mantiene ocupado pensando y maldiciendo es, tal vez circunscrito a la Historia de las Ideas, pensar «cómo (demonios) hemos llegado hasta aquí». Es decir, qué ha sido de la historia para que nos hayamos dado de bruces con nosotros mismos y la Postmodernidad. Este término fue introducido por Toynbee en su análisis de la sociedad «post-industrial», y popularizado por Lyotard en su informe sobre el saber «La Condición Postmoderna». No me voy a adentrar ahora mismo en los múltiples recovecos que proporciona el concepto de la Posmodernidad, ya que sólo eso da para ciento y la madre de artículos y ensayos de calidad crítica variable que ya están escritos y que todavía están por escribir. Tampoco quiero ahondar y abundar en detalles del «cómo» que comentaba al principio, en el sentido de «qué hizo mal la Modernidad (o el resto de la Historia de la Humanidad, si nos ponemos) para encontrarse en este punto». Tal vez en otro momento. El punto que me interesa ahora es defender la «otra Posmodernidad», como me gusta llamarla. Y me refiero con esto el camino paralelo que siguió la razón al de la Posmodernidad de la sociedad de masas, del gran capitalismo y de la perversión de la razón ilustrada. En el fondo no es más que un camino teórico, que no ha llegado a desarrollarse con fuerza en el mundo, que resulta marginal, y en algunos aspectos da la impresión de un cierto anquilosamiento en las categorías clásicas, digamos de aspecto hegeliano. Diré algunos nombres específicos de autores, que son los que desde la Segunda Guerra Mundial han pensado ese «otro camino» que el hombre podría transitar. Me refiero a Camus, rebeldía y responsabilidad ante el silencio del mundo; a Hanna Arendt, comunidad y sociabilidilad política como base del ser humano; Adorno, y en general la Escuela de Frankfurt, crítica a la razón ilustrada y al marxismo, verdad como reivindicación; a Gadamer, lo clásico es lo moderno; a Habermas, teoría de la acción comunicativa; y tal vez una reinterpretación de Lacan y Derrida sería plausible (y tomando con cuidado a personajes como Zizek). Y es que uno está cansado de pensamiento débil y modernidad líquida. Hay otro camino fuerte que no da lugar a las contradicciones que ahora padecemos. Y quiero pensar que en la música sucede algo similar.
Sería posible y recomendable hacer un análisis a todo lo que la Escuela de Frankfurt llama la KulturIndustrie, o sea, la Industria de la Cultura, que se encarga de insertar todo producto cultural en la sociedad del consumo, del capitalismo, y con ello no sólo mercantiliza algo que se supone un «producto del espíritu», sino que además cosifica a los receptores de dicha industria, porque los convierte en meros engranajes más del entramado mecánico del consumo. La sociedad posmoderna, capitalista, neoliberalista, la que todos conocemos por el día día, donde se potencia el consumo, está plagada de ejemplos. Música pop para las masas, televisión idiotizante, revistas de cotilleos, cine barato, y una oferta cultural (en tanto a conciertos decentes, obras de teatro de calidad, etc.) de risa, que podemos circunscribir a unas pocas salas y galerías que ofrecen lo que quieren hacernos pensar que es arte genuino y elitista (cosa que también me resulta altamente criticable). Es la sociedad del espectáculo, como decía Guy Debord en un libro homónimo. Y no sólo ocurre con el llamado «arte de masas», concepto también muy criticable. Algo puede ser perfectamente de masas, y sin embargo ser nutriente para el intelecto. El arte de masas no tiene porqué ser arte ligero. Y al contrario igual. Centrándonos ya en la música, pensemos en la música Heavy. Este es un género que me gusta, aunque tengo mis más y mis menos con él. Se habla de la marginalidad del Heavy, de su porte vital romántico, solipsista. Es decir, no se considera arte de masas. Sin embargo, ¡es de los géneros musicales más masificados que existen! No voy a entrar en detalles, pero la actitud del Heavy resulta tremendamente Moderna, y aunque es cierto que este género concreo se resiste a la posmodernización, abundan los subgéneros que han cedido. El aspecto del Heavy no lo convierte en lo que pretende dar a entender. La principal bondad del Heavy es que ha conseguido resistir, siendo como es un producto de la industria cultural y del mundo del consumo de masas, a todos los embites que ha recibido por parte de nuevas modas y movimientos que han surgido posteriormente. Ha sobrevivido, creo yo, al fenómeno moda, y se ha afianzado de alguna manera. Por lo demás, sigue siendo un producto de masas. Frente a este encontramos música producida por la posmodernidad cuya única finalidad es vender mucho, apareciendo así artistas cuyo aprecio lo tienen por parte del público porque saben «reinventarse», y estar siempre de moda. No son más que monstruos del mercado, fruto de una continua cirujía estética ontológica. Ahí teneis a Madonna, o a U2. Nunca la frase «vender el alma al diablo» estuvo tan cerca de ser cierta.
Pero ahora quiero ir más allá. No me interesan ni los estilos que se han resistido a la posmodernización, aunque participen de su juego de la Industria Cultural y en rigor sí que sean posmodernos, ni los súbditos de esta, que portan los estandartes del mercado. Quiero acercarme a eso que creo yo que representa, en este caso, la «otra Posmodernidad musical«. ¿Por qué hablar de «otra Posmodernidad musical»? Como peco de camusiano y adorniano a partes iguales, en primer lugar, me da igual que participen del entramado comercial, más que nada, porque es lo que hay, si no, no podría hablar de esta música, porque diréctamente no sabría de su existencia; en segundo lugar, me importa la relación que tiene con el mundo y con el resto de la humanidad, en el sentido de una relación de soledad y de autoconsistencia necesaria del sujeto en sí mismo (responsabilidad) o la disolución en la naturaleza o la masa, y que me lleva a una reflexión sobre lo trágico; y en tercer lugar, y con relación a lo anterior, que se haga sentir la ruptura con la Modernidad de una manera que la Posmodernidad que sufrimos no hace, abriendo una herida, un abismo, negatividad y refracción de la sociedad (como enfrentar la Pradera de San Isidro con la Romería de San Isidro de Goya). [Que también es enfrentarse al problema del ocio y de la devaluación del trabajo en las sociedades modernas, pero esto va por otro palo]. Por ello, quiero analizar en los siguentes posts distintos grupos musicales de distintos estilos que a mi parecer no participan tanto de la Posmodernidad musical actual sino que podrían considerarse representantes de esa otra Posmodernidad «perdida» (o no encontrada) más humana y menos estética (en su sentido peyorativo), más fundamental y menos superficial, una Posmodernidad que sí mereciera la pena ser pensada. No voy a desarrollar una tesis doctoral aquí, que requeriría de un trabajo mucho mayor. Así que en los siguientes posts me encargaré de analizar la música de Tom Waits (II), de PJ Harvey (III), y de Gregor Samsa y Tin Hat Trio (IV). Por supuesto que hay muchos más ejemplos con las premisas que he dado, y tal vez alguno mejor, pero creo que estos resultan representantes para mis intenciones. Me dejo atrás estilos anteriores a la Segunda Guerra Mundial, como el blues y el jazz, a los que considero precursores del pensamiento musical fundamental que se alza en el camino de la «otra Posmodernidad» (además de el particular caso de Adorno/Schöenberg), pero como resultan anteriores al advenimiento de la Posmodernidad, y en principio no aparecen ni están dentro de sus engranajes primordiales, no me ocuparé de ellos. Del blues sí que me ocuparé en el futuro, ya que es mi pretensión llevar a cabo una Historia del Blues.
Para finalizar, y como reflexión acerca de la música de esta Posmodernidad que nos ha tocado sufrir, del mercado, de las masas, del capitalismo bestial, os dejo esta viñeta del siempre genial El Roto, que, aunque por supuesto quiere decir mucho más, creo que es significativa para el tema que estoy tratando.
Estaré expectante ;)
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