Acuérdate de nosotros, Filosofía

Sí; acuérdate de nosotros, después de haber desaparecido, acuérdate de nosotros, filosofía.
Acuérdate de nosotros porque te hemos amado. Te hemos amado como a una mujer—y más que a una mujer—, hemos tratado de asirte en los recorridos nocturnos por caminos solitarios, hemos tratado de abrazarte, de convencerte, tras un espasmo fugaz, de que no nos dejaras tan pronto.
Te hemos amado como a la voz humana, como a la más humana de las voces.
Te hemos amado porque nos ayudabas, sin que tal responsabilidad te afectara, a soportar la vida; te hemos amado porque sabiéndonos mortales, mucho más de lo que nosotros mismos nos sabíamos—boticaria provista de fármacos que sin ser venenosos estaban elaborados con los jugos vitales de la muerte—, nos alojabas en un Nirvana tuyo, superior a la decadencia de nuestra materia y de toda materia, superior a las peregrinaciones de todos los Libros de los Muertos, superior incluso a las visiones estáticas de las reunificaciones al final del torneo, en el seno sin brazos del Transcendente, y a tus huéspedes más desesperados les mostrabas, velada, en una hornacina, la Gema de la Perennidad.
Te hemos amado en los terrores cotidianos y en las migraciones por los rumbos de los sueños: tú has sido remedio y despertar. Hemos sido tus animales querúbicos, te hemos contemplado con veneración en tus francas, sabias, incalculables prostituciones. Te hemos arrojado nuestros embudos de sombra y tú nos has regado con arroyos de luz.
Nos llamabas desde los escaparates de libros, desde las ventanas interiores de los patios, desde los fondos oscuros de las estanterías y desde los sótanos de la Rue Saint‑Jacques.
Más que el gallo matutino, más que el gallo cósmico que canta «Dios sea loado», nos saludaba la voz de tus pájaros nocturnos en los troncos huecos.
Para alguno la siguiente revelación tuya reunificadora ha sido más fuerte que el alcohol, a saber: que tu máscara preferida, tu sombrilla de Sissi, recibe en el habla común el nombre de poesía.
Te hemos amado en los apartados misterios de las Ménades, con miedo a escrutarte allí, demasiado cerca, y ser despedazados.
En la tragedia de la historia y de las crónicas; en los desastres humanos; en los enigmas del Bosco y de las Meninas; en los tres puntos-tres rayas-tres puntos del alfabeto Morse acuérdate de nosotros, filosofía, que con su grito atravesaron las ondas invisibles en el cielo nocturno de Van Gogh; en las quemazones del purgatorio cósmico reveladas mediante los radiotelescopios; en el fuego siempre vivo de Heráclito; en las arrugas del autorretrato de Leonardo; en el himno rigvédico x, 129; en las lecciones inaprendidas de Jules Lagneau; en los tabucos petersburgueses de Dostoievski, te hemos encontrado, reconocido, amado.
Como luz de Occidente, donde siempre será ocaso, nos has dado instrucciones para bien—incluso superiormente—morir; como luz de Oriente, donde el tiempo no tiene color, has disipado el nacimiento y desdentado a la muerte.
Acuérdate de nosotros, filosofía.
Ahora que el mundo de los no vivientes y de los malvivientes, en un delirio de conocimientos y de omnisciencia inseparables de su condena al polvo y a la expiación, te ha expulsado, arrojado fuera de la morada de la conciencia y te ha obligado a refugiarte no se sabe dónde, en lugares secretos, porque está determinado a adorar y a servir únicamente a ídolos que echan sus raíces entre oscuros condenados, acuérdate de nosotros, filosofía.
Acuérdate de nosotros, porque en tu memoria de rechazada está trazado un camino de sentido—indescifrable, pero indestructible—de nuestras desdichadas vidas, hundidas vidas en la infamia de la insignificancia.
El recuerdo de nosotros en ti, el tuyo en nosotros, filosofía.

Este ya puede contemplarse como el retorno definitivo. Y quería empezar este nuevo ciclo con un texto bastante especial, que navega entre lo poético «patético» y el más hondo sentir filosófico. Este es un texto de Guido Ceronetti, perteneciente al libro «La Linterna del Filósofo» (Acantilado, 2010), filósofo italiano este del que tal vez comente más cosas en el futuro, que posee una sensibilidad conceptual increible. Y es sensibilidad lo que nos muestra en este texto con el que quiero comenzar, hacia la filosofía. No se deja caer por los abigarrados mundos de los conceptos, los sistemas y los andamiajes teóricos, sino que se mece (o mece, o se deja mecer) por la filosofía como si esta fuera una brisa que acuna a una hoja seca que cae en otoño. La trata como una hermana (más que como a una amante diría yo), una hermana mayor a la que acudimos cuando nos caemos; una hermana mayor que ha estado ahí en todo momento, en los malos y en los buenos; una hermana mayor que nos conoce más que nosotros mismos, y en la que confiamos. Y confiamos pese a sus idas y venidas, sus novios, y sus propias temporadas de depresión, cuando somos nosotros quienes tenemos que levantarle la moral. Ceronetti trata a la Filosofía con cariño que roza lo irracional, lo púramente sensible, lo terapéutico para el hombre, pero un trato en el que prevalece la misma dignidad con la que Boecio invistió a esa Filosofía, alta y honorable, que vio en sus sueños. Digamos que mientras para Boecio, Filosofía es una Diosa, una Madre, un símbolo de autoridad, pero al mismo tiempo un regazo amable donde descansar; para Ceronetti es, como he dicho antes, una hermana mayor, un ser también con la misma autoridad, pero más cercana, con quien podemos decir hemos crecido, y hemos experimentado prácticamente lo mismo ambos, y de ojos cómplices más que maternales.

Acuérdate de nosotros, filosofía. ¿Por qué? ¿Quién desparece? ¿Nosotros o ella? ¿Quién se ha olvidado de quien? Bueno, no sé si Filosofía se habrá olvidado de nosotros, pero sé que ahora es mi turno de recordarla, de traerla a la presencia y de volver a mostrarla como la veo, tal vez más niño, tal vez más sabio. Es hora de volver a recorrer los caminos solitarios y nocturnos, los que otea la lechuza de Minerva en el ocaso, acompañados de Ella. Y que no sea una herramienta, pues tal vez no sepa seguirnos; tampoco un estandarte, pues tal vez no sepamos seguirlo; que crezca y ande con nosotros, y construyamos juntos el camino (mal-parafraseando a Camus). Espero que este camino que retomo sea tanto o mejor que la etapa ya recorrida, y que sean muchas las alegrías que este blog pueda darme o daros. Saludos.

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