Fragmentos: Hölderlin

«Todo mi ser calla y atiende al dulce juego de las olas del aire sobre mi pecho. Estoy perdido en un azul inmenso y mi mirada se eleva hacia el éter para luego bajar al sagrado mar. Es como si un espíritu amigo y cercano me abriera acogedor los brazos, es como si el dolor de la soledad se diluyera en la vida de la divinidad.

Ser Uno fundido en el Todo viviente, es es la vida de la divinidad, ese es el cielo del hombre.

Ser Uno fundido en el Todo viviente. Retornar en un venturoso olvido de sí mismo el Todo de la naturaleza: ésta es la cima de los pensamientos y las alegrías, ésta es la cumbre sagrada, el lugar de la eterna serenidad donde el mediodía deja de ser sofocante, donde el trueno se acalla y el hirviente mar se asemeja al ondular del campo de trigo.»

Hölderlin, «Hiperión»

Imagínense en mitad del mar. La causa no importa, aunque supongamos que es placentera, como unas vacaciones en la playa. Entonces, imagínense bañándose en el mar, lo suficiente lejos de la costa como para dejar de ser importante y bien visible lo que en ella ocurre. Imagínense ahora sumergidos en el mar, buceando con los ojos cerrados. Saben del comportamiento del agua, y saben de la inmensidad del mar. Sean conscientes por un momento que, en dicho buceo, no pueden determinar exactamente dónde se encuentra el fondo marino, porque no nadan hacia él; ni tampoco pueden constatar la distancia que les separa de la superficie, porque evitan salir a flote. Simplemente, se mantienen suspendidos, a oscuras, en esa masa de agua, rodeados completamente de una masa inextricable, homogénea. ¿Qué es lo primero que se siente? Pues como certeramente dice Hölderlin en este fragmento de Hiperión o el Eremita en Grecia, se puede llegar a sentir un «venturoso olvido de sí mismo». En dichas condiciones uno se siente Uno con el Todo homogéneo, infinito e ilimitado que le rodea, la paz de que todo esté unido y tenga sentido. Y comenta Freud una idea de un amigo poeta suyo en El Malestar en la Cultura, sobre una suerte  «sensación de eternidad», que es lo que intuitivamente te pone en contacto con la divinidad, o mejor, con la religiosidad: a esto lo llama «sentimiento oceánico». Ese estar suspendido en medio de una masa de agua con los ojos cerrados, lo que se siente (entendido este como un ejemplo), es el sentimiento que nos pone en contacto con la totalidad, y que es sólo un sentimiento. No hay reflexión ni pensamiento.

Hölderlin lo que pone de manifiesto es lo mismo que quiere mostrar Bataille con el Acéfalo: el hombre está cansado de ser la conciencia del mundo. El hombre quiere volver a ser uno con la Naturaleza, es más, nunca ha dejado de ser uno con la Naturaleza, pero ha sido la reflexión, la ciencia, el conocimiento (cosa en la que está de acuerdo con Rousseau) lo que nos ha alejado de un estado primigenio y original de armonía con la totalidad. El «sentimiento oceánico» que yo ejemplificaba al comienzo con el estar sumergido en el mar es la versión secularizada de lo que Hölderlin habla. Porque para Hölderlin, esa recuperación del ser original a través del olvido de sí lo que lleva es al sentimiento de la totalidad pero relacionado directamente con la divinidad (lo que es el «sentimiento oceánico» según Romain Rolland, el amigo de Freud). Ahí yo prefiero ser más mundano y simplemente ver la relación armónica que simplemente tiene el hombre con todo lo que le rodea como una cosa más del mundo, como el Acéfalo. Y para entenderlo no podemos hacer más que describirlo y esperar que alguien haya sentido lo mismo. Es lo único que nos queda.

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