De palabras de más y pensamientos de menos

El ser humano es un ser de miedo. La historia de la humanidad ha sido catalizada por el miedo del hombre. Digamos que en nuestra orfandad biológica, orfandad de sentido, hemos creado un cosmos a través del miedo al vacío, fundamento que se divide en miles de particulares. Igualmente es miedo al vacío el miedo a la muerte, a la soledad, o como decía el cuervo de Tolstoi, que el mal comienza con el hambre, o en este caso, el miedo a pasar hambre (sobre «el origen del mal» de Tolstoi). Y no sólo por miedo se ha construido el hombre, también por traición. Porque una animal cuando se ve amenazado y tiene miedo, más fieramente ataca, porque su deseo es sobrevivir, y nada más. Una vez liberado del mal que le atacaba, busca ponerse a salvo y seguir con su vida. Sin embargo, en la noche de los cuchillos largos de la humanidad, el hombre no se contenta las más veces en «tan sólo» ponerse a salvo. No busca un lugar seguro, sino que hace del lugar donde se encuentra un lugar seguro: esto es, eliminando todo lo que pueda causarle temor de su alrededor, traicionando su pasado, construyendo el cosmos del miedo, tal vez, ocultando los pilares de su verdadero fundamento vital. Un profesor mío comentaba acerca de toda la metafísica clásica a. N. (antes de Nietzsche) que se podría caracterizar con el apelativo de historia de una persecución, en el sentido de que la metafísica clásica se ha dedicado desde que apareció a ocultar y perseguir cualquier heterodoxia  que vaya a lo verdaderamente decisivo: la existencia en cuanto tal, el florecer suficiente (recordad la rosa de Silesius), que se olvida entre particularidades y accidentes del Ser. El mero vivir espantaba a los escolásticos.

«Miedo y traición. Guías ocultos de la Historia.» Bien podría ser este el título de un buen tratado histórico-filosófico crítico. Pero voy a dejar de referirme en términos tan elogiosos a la humanidad y concretar. La traición es la acción destructiva que abre camino al miedo, que construye la protección solipsista del hombre. Me recuerda este pensamiento en cierta medida a Freud y la histeria, y los mecanismo de defensa habituales, como la sublimación represiva. Sustituir lo verdaderamente importante por otra cosa, y darle a esta toda la importancia que no tiene, y cualquier cosa que intente atentar -a nuestros ojos- contra ello, se ve como un mal radical. Y en cierta parte -y teniendo en cuenta que este es un discurso incompleto- el ser humano es así, y se dedica a ser así. No pensemos ahora en toda la historia de la humanidad, sino más bien en los individuos particulares que la mueven y la construyen, con más o menos fama. Las acciones de los hombres son atroces (y hay muchas en las que pensar).

Por supuesto que no todo es miedo y traición, también hay valor y bondad. Pero sigo pensando que el Mal es lo universal, y que el Bien aparece en particulares. Así, si bien los hombres tenemos pensamientos y acciones que en cierta medida se podrían calificar de «buenos», el miedo siempre va a estar por encima y predominará ante la voluntad de bondad. Tal vez esto sí se pueda entender como un carácter constituyente de la naturaleza humana. Y como somos lo que hacemos -y lo que pensamos-, estamos abocados a la guerra civil y a la autodestrucción. Por más que nos planteamos en grandes cuestiones los dilemas de nuestra vida, y por supuesto encontramos laureadas soluciones, como dice el refrán, «entre el dicho y el hecho hay un trecho». Y el moralista es un delincuente y el santo un exterminador. Y el amoral simplemente es honesto. Hay palabras de más -que son también acciones, manifiestos, discursos,…-, que se hacen a la ligera, accionadas por el resorte del miedo y la traición autoprotectora, y de lo que no podemos culpar más que a nuestra orfandad natural; y pensamientos de menos, deseos, voliciones, anhelos, y demás bienintencionadas ideas que sí, nos muestran frágiles ante los peligros que conlleva nuestra soledad en el mundo, pero podrían ayudarnos mucho. Todavía no sé cómo, pero podrían. Esto nos obligaría a hacernos responsables de nuestros actos, sin miedos ni traiciones, asumiendo culpas, presentándonos de frente a los peligros y a los miedos que nos enfierezan. Atrevernos a ser responsables.

Y yo asumo mi parte de culpa, y me hago responsable de todo. Como todo ser humano, tengo miedos y rechazos, y lanzo palabras al mundo que debiera recapacitar, y me guardo multitud de pensamientos que tendría que compartir. Pero cuán difícil es ser responsable cuando no se recibe lo mismo. Por lo tanto, la reciprocidad viene a ser un mecanismo primordial para eliminar el miedo y lanzarnos a ser tal y como nos presentamos a nosotros mismo (aún así, muchas veces nos ocultamos tan profundo que ni nos vemos). Desde ese momento las palabras no tendrán connotaciones negativas, habrá preguntas que nos parezcan capciosas, y hablaremos límpidamente y sin subterfugios ni ases en la manga. Preséntate a la conversación abierta, si lo que te da miedo es eso mismo, y hablaremos con humildad y sinceridad -enemigos del miedo. No soy un ogro, ni nadie es verdaderamente un ogro. Pero no sé si esto es posible. Tal vez esté en la mano de cada uno, tal vez esté en tu mano. Y así no se quedarán si decir maldiciones, sin poner soluciones, sin arreglar problemas, sin tener que recurrir a la memoria -«histórica»-, sin olvidar lo que eres, lo que fuimos, lo que seremos.

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