Fragmentos: Karl Jaspers

«Antinomia del día y la noche. La Norma del Día ordena nuestra realidad-humana; exige claridad, consecuencia, fidelidad sujeta a la Razón y a la Idea, a lo Uno y a Nosotros mismos; manda realizar en el mundo, edificar en el tiempo, perfeccionar la realidad-humana en un camino infinito. Pero en el límite del día habla algo distinto. Haberlo traspasado no nos tranquiliza. La Pasión de la Noche traspasa todos los órdenes. Se precipita en el intemporal abismo de la Nada, que arrastra todo en torbellino. Toda construcción en el tiempo, como manifestación histórica, le parece como una ilusión superficial. Para ella, la claridad no puede abrirse a nada esencial; o, más bien, olvidándose a sí misma, es la oscuridad lo que aprehende como tiniebla intemporal de lo Auténtico. Por un Ser-necesario inconcebible, que ni siquiera busca la posibilidad de justificarse, se hace incrédula e infiel con el Día. Ni deberes ni fin significan nada para ella; es vértigo y deseo de arruinarse en el mundo para realizarse en la profundidad de una abolición de todo mundo.»

Karl Jaspers, «La ley del día y la pasión de la noche» (El subrayado es mío)

Somos, por norma general los humanos, seres de mediodía. Seres del pensamiento de mediodía, como decía Camus. El mediodía, cuando el Sol está más alto, es cuando el mundo roza la eternidad inmovil y estable, en tono platónico casi. No existe ninguna sombra a esa hora que sea el negativo de lo que existe. Todo está perfectamente identificado consigo mismo, no hay nada (la sombra) que perteneciendo al objeto vaya más allá de este. Es la luz, la que limita, la que define, la que concreta las cosas que nosotros vemos, y al identificarlas, las aprehendemos. Y nuestro mundo, el mundo que los humanos hemos construido, es un mundo de luz, de univocidades, de definición geométrica. Porque esto es seguridad, es el reconocer las cosas, y ser/saberse un sujeto diferenciado del resto, tener también uno mismo identidad. No me estoy refiriendo a definición física, extensional, sino a todo el andamiaje conceptual, cultural, social, etc.: mira por un momento al mundo que te rodea y lo comprobarás.

Karl Jaspers (1883 – 1969), como la muchos de los pensadores de su época, conocía esta cualidad del hombre de sobra, y puede que fuera a principios del s. XX cuando se fue consciente de este hecho. Antes era algo asumido, al igual que por ejemplo, la existencia misma: antes de Heidegger, coetaneo de Jaspers, la pregunta principal de la metafísica/ontología era «¿por qué en general el Ser y no más bien los seres (en referencia a la multiplicidad y el devenir)?». Sin embargo, es en el momento en el que Jaspers se encuentra cuando esta pregunta, de saturada, toma un perfil trágico, y la pregunta se transforma a «¿por qué en general el Ser y no más bien la Nada?». He ahí el lado oculto del hombre, el temor que toma visos de guilty pleasure, la obsesión que le lleva a iluminarlo todo necesariamente, huyendo de la sombra, de la Noche, como de un apestado, pero asumiendo que está ahí, y que para que haya definición, antes tiene que haber indefinición. Eso es la Noche: la continuidad y la indiferencia de las cosas, la mezcolanza de todo. La oscuridad convoca al Caos, al que el hombre mira con cierta curiosidad, pero siempre con una valla blanca visible al fondo que nos da la seguridad de no haber caido en el abismo, de no habernos precipitado a la perdición de la inidentidad y dejar prácticamente de ser, porque si no se es nada en particular, no se existe más allá del mero existir (Sartre, La Nausea).

Aún así, y pareciéndonos el día (la luz) lo que más puede socorrernos en momentos de incertidumbre, el día no nos aporta nada, porque en él todo está ya desplegado. Es la eternidad platónica de la que hablaba al comienzo. El día se convierte en un museo de arquetipos inmóviles, polvorientos, que en realidad nunca vamos a poder tocar. Es una seguridad ficticia, inalcanzable pese a razonable. Y en la noche está todo por desplegar, es la marabunta de lo posible y lo imposible. Y el hombre descubre que ahí hay mucho por descubrir. Lo nouménico kantian, el lado oculto -de la Luna-, la pasión  y el verdadero movimiento, lo Auténtico. La definición del día limita y empobrece a las cosas, es en la indiferencia de los oscuro, como una raíz que se introduce en la tierra, donde aparece la substancia, el verdadero peso oculto que da lugar a la existencia. Sin el Caos, sin el batiburrillo fenoménico de la Noche, nuestras definiciones a plena luz no valdrían nada, como un libro en un museo. Y como intuimos que lo que tenemos en el día pueda estar vacío, nos arriesgamos a mirar a lo oscuro, al abismo. Y sin querer dar luz a la Noche, porque entonces caeríamos en el mismo error que en el día y se perdería lo que tiene de auténtico y genuino esa indiferencia. De eso se dio cuenta el hombre a principios del s. XX, y fue consciente de su obsesión por la perdición, sin la que el Mundo (definido y seguro) no sería nada. Porque como decía el músico de jazz Thelonius Monk: «Siempre es de noche; si no, no necesitaríamos la luz».

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