Uno de los presupuestos teológico-filosófico más extendido a los largo de la historia del pensamiento es aquel que dice que el bien -lo bueno- es universal, supremo, la cúspide de toda idea posible en el hombre, y, por supuesto, el creador o de donde emana todo lo que en el mundo es. Por poner unos vagos ejemplos, tenemos desde la idea de Bien de Platón, de la cual participaban en mayor o menor medida las cosas del mundo; o el bien de San Agustín al que todas las almas deseaban acercarse y parecerse; o el Bien Supremo de Kant que aparecía como promesa y garante último de toda actuación correcta. Por el contrario, el mal es siempre particular. El mal es no participar de la idea, universal y suprema, de Bien. El mal es alejarse deliberadamente de Dios. Y por aquí es por donde quiero ir, porque precisamente otro problema que ha traido de cabeza a teologos y filósofos desde la aparición del cristianismo ha sido el problema del libre albedrío.
Este problema, muy básicamente, viene a ser que, si Dios es un ser infinitamente bondadoso, y ha tenido la infinita bondad de crearnos, no parece posible que Dios permita que haya personas que no sigan la estela de Dios, que hagan el mal deliberadamente, o incluso, sean seguidores de otras religiones que no sea -en este caso- el cristianismo. Unos piensan que eso es lo que hace precisamente a Dios el genio omnisciente que es: nos da la libertad de elegir correctamente y ganarnos el cielo, y si elegimos mal, bueno, para eso está el infierno. Por otro lado, otras corrientes solucionan el problema del Bien Supremo y el mal particular en el libre albedrío asumiendo que en realidad, estamos totalmente determinados desde el principio. Ya está todo escrito, todo lo que nos va a ocurrir, todo lo que vamos a hacer, y en realidad no habría tal libre albedrío, sino que somos malos porque así Dios lo ha escrito, y no hay redención posible.
Pero todo esto (y más, que sólo he hecho una brevísima reseña de lo que es en realidad) parte de un supuesto, que difícil es de contrastar, es cierto, pero que no ha sido puesto en duda nunca por los grandes sistemas -tal vez Schopenhauer. El s. XX es otra cosa, ya que en realidad no veo contrapropuestas, sino otras formas de pensar. Siempre se ha pensado que el Bien es universal, y las cosas vienen y van de él. El mal no es más que un accidente en las cosas materiales. Pero, ¿por qué no pensar en el mal como algo universal? Todo es mal, el mundo de lo que está poblado es de mal, de caos, de colmillos amenazantes y crueles garras. El Mal es Universal. Y por el contrario, el bien es particular, es lo que cada cual hace, no digamos ya para ganarse el cielo, sino para mitigar ese mal y hacer la vida en el mundo mucho más relajada y placentera. Y en cierta medida, esta ha sido la trayectoria del hombre, antropologicamente hablando, en su historia: un animal no adaptado a su medio, que se ve en el caos, lo que ha hecho ha sido adaptarlo física y metafísicamente a lo que es, ha hecho del caos y el Mal que le rodea la más absoluta de las bondades. Y el bien del hombre es un particular -un sistema que se totaliza posteriormente- en mitad del Mal del sinsentido.
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