De lo eterno y su seguridad

Muchas veces, casualidades supongo, o también lo que se suele decir, que uno tiene una experiencia cuando «debe» tenerla, aparecen en la cotidaneidad cosas separadas pero que de alguna forma se yuxtaponen. Siempre he escuchado, «he leido tal libro justo cuando necesitaba saber lo que decía». En este caso, dicha casualidad une a dos grandes, a Borges y a Dios -o más bien, su conjunción de atributos. Esta vez, el libro en cuestión ha sido la Historia de la Eternidad, del gran relator argentino (que admiro), en lo que atañe a la constitución del tiempo, del eterno, caminando de la mano de Platón -y sus seguidores- por un lado, y de San Agustín -y la síntesis cristiana- por el otro. A esta lectura, se le unió un acontecimiento poco común, que yo pensaba que sólo se daba en las películas: predicación a domicilio. Yo no estuve directamente presente; era el oído indiscreto. Hablaron de la juventud vacía,;de la sociedad vacía de valores; de la necesidad de Dios -de volver a Dios- para recuperar la humanidad; de una señora comunista que al saber que Marx dijo que «la religión es el opio del pueblo», arrodillose rogando a Dios una señal si esto era cierto, y que sintió a Dios; y finalmente de que Dios es la Seguridad frente a los horrores del mundo y a la desensibilización de las personas.

No niego en ningún momento la posibilidad de experiencias místicas; no sé nada sobre ellas ni creo que pueda saberlo. Lo que quiero traer a colación es la siempre controvertida acción de Dios sobre el mundo, y por supuesto, si su existencia -o no- supone una garantía de Seguridad frente al horror. Hablando con Borges, y discutiendo su cronología con las distintas versiones de la «Eternidad» en la historia, da igual la versión neoplatónica o la cristiana, al final uno ve que el mundo temporal tiene la misma relación «directa» -ojo a esto, que hablo aquí desde un punto de vista existencial, factual, no metafísico; del aspecto metafísico salen tesis tan voluminosas como aburridas- con la Eternidad como un becerro al oficio de carpintero. También, Borges da su propia versión, pero esa no viene al caso. Con lo que me quiero quedar es con la siguiente frase: «Sin una eternidad, sin un espejo delicado y secreto de lo que pasó por las almas, la historia universal es tiempo perdido, y en ella nuestra historia personal -lo cual nos afantasma incómodamente».

Si no existe un Uno, ¿de qué vale un Dos? Si no hay un orden, ¿qué sentido tiene la pluralidad? Si todo es Caos y desconcierto, el hombre agonizaría en su ansia de racionalidad. Me surge en este momento otra frase, esta dicha por un profesor, acerca de la muerte, que venía a decir que uno no puede tener la experiencia de morirse, uno no puede decir «he muerto»; en todo caso, se puede articular en tercera persona, o sea, «fulanito ha muerto». Se requiere de una experiencia no propia que ratifique la muerte/desaparición de algo. Con esto, no tememos a la muerte, tememos que  la gente no se percate de nuestra ausencia. En este caso, Dios es ese garante, ese que lo ve todo y da constancia de nuestra muerte, y nos devuelve al eterno. Dios, como cosa eterna, nos retribuye un sentido a nuestra vida, o más bien a nuestra muerte. No tenemos razón de sentirnos solos. Y si lo eterno está ahí y vigila por nosotros, todo el orden, toda regla, toda razón, debe emanar de ahí. Y así estructurar la vida.

Ahora, no sé si confiar en ello. En primer lugar porque racionalmente no es algo que podamos verificar. En segundo, porque se puede rellenar la vida de cosas mucho más terrenas, humanas, y alcanzar la seguridad sin tener que recurrir a la Eternidad. Y en tercer lugar, porque las distintas versiones de la Eternidad no resultan conciliadoras. Son frías, lejanas, metafísicas, tan ideales que están deshumanizadas, pese a salir del intelecto del hombre. Tal vez en otro momento me pare a reflexionar en cada versión. Por ahora, el tiempo corre para otras cosas.

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