[El siguiente relato nació a razón de una frase descriptora de mi que hiciera un amigo hace tiempo. Según él, soy «como un ácido, el cual es divertido, y es entretenido jugar con él, ver como reacciona con otros productos; pero si no sabes manipular el ácido, si no eres un químico, puedes quemarte, y hacerte mucho daño». Voy a ponerlo a trozos, debido a su extensión.]
– ¿Y cuándo dices que se lo llevan?
– No me han dicho nada… sólo que vigilemos, que estemos atentos.
– Vaya…
– ¿Por qué? ¿Qué pasa?
– Es que… me da repeluco…
Volvió el silencio al corredor. Un silencio terrible, como el silencio del alba, cuando el mundo despierta, y por todos los rincones recorre un miedo irracional por romperlo, así se guarda más silencio. Demasiado miedo… Una de las voces, la más temblorosa de las dos, volvió a preguntar:
– ¿Y cómo decías que lo llamaban?
– …decían… le gustaba que le llamasen… el «autómata espiritual».
– ¿Y eso qué significa?
– No lo sé… pero por lo que ha hecho… seguro que nada bueno…
Y dos pares de ojos se volvieron hacia la pequeña puerta blindada al fondo del corredor oscuro, con un pequeño cristal enmedio, iluminada por una pequeña bombilla crepitante. Dentro… oscuridad; y unos ojos que no miran… ya no… sólo son espejos.
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