El Espejo

«Sería capaz de matar a un hombre… pero no tendría valor de despiezarlo…»

Una pesadilla.

Una escalera metálica de estas pequeñas, abierta, con cartones debajo, para no manchar. Hay una liebre, muerta, colgada por las patas traseras, atravesando con alambre los tendones. Hay que despellejarla, «pelarla». Lo primero que se le quita es la pellica…

Se necesita un cuchillo muy afilado. Hay que cortar la piel alrededor de las pezuñas, y se raja hasta las ingles, para que quede de forma parecida a una bolsa abierta… Se tira de la piel separándola de la carne. Hay que hacer fuerza, está muy pegada. Suena un suave crujido al arranca la piel…

Una vez se pasa de las patas y se llega al vientre, se raja el pecho… es necesario sacar las vísceras, la sangre sucia y coagulada. Se apartan… algo se puede aprovechar. Se sigue tirando de la piel. Se deja a la vista la carne, y se ven la carne golpeada, de un color más oscuro, donde fue herida, y muerta. Se alcanzan las patas delanteras, donde se hacen los mismos cortes que en las patas traseras, dejando así una pezuñas peludas en un cuerpo desnudo… hasta llegar al cuello, donde se acumula toda la pellica, como un traje arrugado. Toca cortar la cabeza… y cuando lo vas a hacer…

El cuerpo comienza a sangrar. La carne, fría, se templa. Los músculos sufren leves espasmos… Vive… la liebre vive… ¿Por qué vive?

Los espasmos son cada vez más fuertes. Se remueve en el aire hasta que se suelta de sus ligaduras y cae al suelo, donde el animal, en carne viva, y vacío por dentro, se retuerce e intenta ponerse en pié… Cuando su carne tumefacta toca el cartón, comienza a murmurar, a gruñir, hasta que se da cuenta del dolor de la piel sin piel, y del aire frio y doloroso rozando los músculos sanguinolentos. Comienza a chillar como lo hacen las liebre cuando están asustadas o sienten dolor… pero más fuerte. Es un chillido lacerante.  Un chillido estridente que hiela el alma. Y la liebre, no-muerta, hace por levantarse, pero los tendones cortados en sus patas traseras se lo impiden. Los múscilos se tensan y destensan nerviosos, y la liebre se arrastra como puede hacia donde no sabe… Sigue chillando.

¡Que alguien la calle!

Viva, muerta, despellejada, con la pelliza apelotonada en el cuello, sufriendo. Un cadaver que siente dolor.

No supe que hacer… un golpe de hacha… y fin.

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