Este año se cumple el centenario del nacimiento del genial escritor y filósofo rumano Emile Cioran. Irónico hasta el cinismo, asistemático, casi a-filosófico, pesimista, radical, ajeno al mundo, es uno de mis autores favoritos, y también, uno de los más complicados de leer, por su estilo vertiginoso, pasional, aforístico. Cuando se lee a Cioran da la impresión de que uno está cayendo por un vórtice sin fin de paroxismo silencioso, de pretensiones de suicidio, y de infelicidad. Hay que estar muy en consonancia con el autor para ser capaz de leerlo largo y tendido. Si no, me resultan sus escritos como los de Nietzsche: hay que leerlos de tanto en tanto, absorbiendo poco a poco las palabras, porque si no, son ellas las que pueden absorverte. Y, aunque sus pensamientos son en muchas ocasiones consoladores o revivificadores, el destino que nos muestra Cioran es desgarrador. Sólo hay que mencionar el suceso que marcó su vida, cuando su madre le dijo «si hubiera sabido que sufrirías tanto, habría abortado». Su vida fue un accidente, y el objetivo de toda vida, donde se realiza, para Cioran, es la muerte. La vida es esa «gran desconocida». Cioran ironiza sobre la existencia.
Cioran cultivó siempre la soledad y el ascetismo. Estando en Francia, apenas si se involucró en los movimientos sociales en los que otros filósofos como Sartre estaban tan metidos, y se pasó gran parte de su vida en su pequeño piso en las alturas de un bloque de París, ajeno y distanciado del mundo, donde desarrolló una obra tremendamente original, asistemática y crítica, presidida por un pensamiento radical y un cinismo agudo. Además, escribe en francés, que no es su lengua materna, lo cual, dice que le ayuda a distanciarse de lo que escribe y de sí mismo, con lo que adquiere una especial lucidez a la hora de expresarse.
Para Cioran la realidad radical más universal es el mal. Nada escapa del imperio del mal. Y todo lleva a la muerte. Esto lo vio claro cuando visitaba un cementerio, y percibió que los grandes hombres en vida, con grandes obras, ya no son nada tras la muerte. Este pensamiento lo ve en Schopenhauer, dándole otro punto de vista: el hombre no tiene salvación alguna, ya está afectado por una «mancha original» que no le permite escapar del mal universal y sólo permite ejercer una mirada pesimista sobre la realidad humana. Esto le lleva a un nihilismo radical, del que saca como consecuencia el acceso a la desesperación como elemento fundamental de la vida. Es esta visión la que le lleva a arremeter contra cualquier sistema o creencia positiva, la salvación no es posible, es sólo una ilusión, la obcecación del hombre por crear paraisos y utopías que nos salven de todo. Todos los hombres llevamos dentro esa «mancha» que nos aboca a la descomposición, a la desesperación, a la muerte.
Niega perpetuamente la filosofía, ya que la considera ese discurso vacío que crea sistemas positivos y utopías falsas para el hombre. Para él, el verdadero filósofo debe aceptar ese carácter radical del mal y la imposibilidad de encontrar una respuesta positiva: ha de ser un eterno exiliado que sabe que no hay paraisos posibles. Cioran sólo ve una salvación posible: la escritura. Y es ahí donde se refugia, y no hacía otra cosa que escribir. Pensaba que la publicación de sus textos era una aberración, pero la escritura era lo único que le separaba del suicidio. Sólo en la escritura se encuentra la redención, es el único modo de sobrellevar la maldad de la existencia y aceptar que nada tiene remedio. Y se ve en la gran cantidad de obras que publicó: nunca dejó de escribir. Y no se espera encontrar un sistema dentro de sus escritos. Esta es una de las paradojas de Cioran: escribía como un verdadero erudito, y pasaron cuarenta años antes de que decidiera ponerse a escribir en serio (aunque tiene algunas obras anteriores); y sin embargo, sus textos son agujeros negros de entropía, de anhelo de una irracionalidad feliz; de cinismo fiero contra la historia, los fanatismo, las utopías, la religión, los sabios; la búsqueda del paroxismo frente a la abulia que todo lo llena, y el odio por la racionalidad positiva moderna, que tanto daño ha hecho. Y sobre todo, la esperanza de algún día ser fuego, convertirse en llama:
«Me gustaría ser levantado por la trascendencia de las llamas, ser zarandeado por sus ondas delicadas e insinuantes, flotar sobre un mar de fuego, consumirme en una muerte de sueño».
E. M. Cioran. En las cima de la desesperación
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