El Peligro de la Ironía

«Belladona: En italiano es una mujer hermosa, en nuestro idioma un veneno mortífero. Un ejemplo irrefutable de que ambas lenguas coinciden en lo esencial.»

Increible definición del Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce, escritor caústico americano del s. XIX, y que me ayuda a introducir un tema que me resulta fascinante, y aun por descubrir, como es el mundo de la ironía, y aun más allá, el sarcasmo. La acidez y el prurito que destila la ironía es como peta-zetas en la boca de un niño: simplemente se muere por sonar, por salir de la boca e incomodar o fascinar al que se tiene en frente. Pero ver la ironía como un juguete -increiblemente divertido, que todo hay que decirlo, sobre todo cuando se convierte en sarcasmo- es minusvalorar un «juego del lenguaje» revelador en todos los sentidos. Muy cierto es que se ha dicho de la ironía que es el útil de los «menos inteligentes» para mostrarse como más inteligentes, y puede que se la menosprecie por este prejuicio, que va entre la pedantería y el mero juego. Sin embargo, va mucho más allá.

Ontológicamente, en una definición arriesgada, se puede hablar de la ironía como una «negatividad radical de lo unívoco» -o de lo unidimensional- o sea de lo que se encuentra identificado de forma absoluta. La negatividad radical se puede entender como aquello que tiene el estatus de «lo que no es», no vinculado en un sistema totalizador, lo incognito, lo relacionado con el no-ser (de ninguna manera pensar al decir «negatividad radical» en el insidioso nihilismo posmoderno, sino en una negación constructiva, como veremos). En resumidas cuentas, la contradicción de lo evidente en un mundo ordenado y racional (dentro de un concreto sistema racional, ya sea general o particular/privado), una contradicción aposta exagerada, para mostrar de esta manera de forma casi intuitiva la amplitud del mundo, el más allá fuera del sistema, o incluso, el absurdo de muchas preconcepciones e idealidades.

A mi parecer, la ironía conforma el elemento trágico -en el sentido clásico- por excelencia del lenguaje. A veces, la confrontación evidente de dos posturas, al ser evidente, no permite salirse de ellas y acceder a un punto de vista alternativo: en resumen, la confrontación evidente acaba formando un sistema cerrado al hegeliano modo, que sigue siendo identificador, y por lo tanto, «corto de miras». Se podría decir que la confrontación evidente es como un caballo con orejeras: sólo ve las opciones de camino que están delante de sus narices. A veces es necesario ser más subersivo, y en el sentido del que hablaba antes, más trágicos. La confrontación agonal de la tragedia griega no formaba un conflicto evidente con sus partes bien definidas, sino que se accionaban en un todo mítico. La democracia ateniense y la formación del diálogo político/sofístico/filosófico son una secularización de las formas expresadas en la tragedia. Y Sócrates es el paladín de la ironía como herramienta epistemológica. En este sentido trágico, la ironía no pretende desmembrar el todo y desmigajarlo en partes irreconciliables, ni siquiera negar una actitud idenitaria (hegeliana) frente al mundo, sino mostrar que el todo es plural en su unidad, hacer ver, que por ejemplo, entendemos, comprendemos y estudiamos la luz porque sabemos de su negación, la sombra (si no existieran las sombras, ¿sabríamos de la existencia de la luz?).

Ya podemos hablar de una primera ironía en Hecateo de Mileto: «Múltiples y risibles son los discursos de los griegos. Yo, empero, Hecateo, digo…». En un alarde de ingenio, Hecateo hace lo mismo que los demás griegos, está dentro del sistema. Sin embargo, Hecateo ya ha reconocido el sistema, y ha visto la contradicción no-evidente, y a partir de ahí, construye un discurso que, más o menos cerrados, abre el camino a la tragedia secularizada en el diálogo que antes comentaba. Sócrates lleva esto a la máxima, cuando para él todo es risible, nada hay sagrado, todo es cuestinable. De ahí su acusación de impío, su condena: si no hay nada sagrado, nada que se mantenga, si todo es risible, ¿qué bases puede haber para una buena convivencia en la polis? (¿Una suerte de muerte de Dios hace veinticinco siglos?).

El peligro de la ironía se encuentra precisamente en su capacidad de cuestionar lo incuestionable, su actividad profanadora. Actualmente (aunque esto es mi opinión), la educación se ha quedado estancada en la identificación, en la totalización unívoca, una educación hegeliana. No se enseña a ver desde el punto negativo, no se enseña a cuestionar. La ironía es la que muestra la realidad del mundo, ya que muestra, además de lo que es -o de lo que creemos que es, lo que tenemos interiorizado-, muestra lo que puede ser, o lo que debería ser, o completa el concepto que ya teníamos. Las antinomias de la razón pura de Kant: son paradójicas cuando se unen, pero son verdaderas. Aportan conocimiento en distinta forma. La concepción de la luz como partículas o como ondas: no concuerdan, pero ambas ayudan a explicar un millar de fenómenos lumínicos. Y si algo puede ser dos cosas (tener dos realidades), ¿quién nos dice que no hay más impresiones posibles?

Ser irónico es peligroso. No sólo por ser menospreciado al ser considerado, como comentaba al principio, como juegos lingüísticos, divertimentos con palabras. Ser irónico implica un cierto no-respeto por las «tradiciones», por la «ciencia normal», por la cerrazón de un sistema dominante. Sin embargo, la ironía es después de todo inocente, o ingenuo, porque simplemente muestra esa anomalía, sólo mostrándola, haciéndola visible, dejando que esté en el mundo. Es en el sarcasmo, el salto a la crueldad donde se encuentra la verdadera subersividad. El sarcasmo con ataque directo. Frente a la negatividad radical de la ironía, el sarcasmo se instauraría como crítica radical. También se interpreta el sarcasmo como la defensa de los menos intelectuales, el insulto a través del juego de palabras. Se dice del sarcasmo, como expresión cruel, que es deshonesto, porque no intenta una crítica constructiva colaborativa, solidaria, ayudando a mejorar -en cierto sentido, la actitud irónica, que muestra «lo otro» de manera, como he dicho, ingenua e incluso afable. El sarcasmo no pretende consolar ni agraciar. Es un ataque directo al absurdo de ciertas actitudes, una hostilidad abierta frente a la unidimensionalidad, con miras a destruirla, quiere «hacerla llorar». Pero de esto tal vez me ocupe en otro momento, porque sobrepasa los límites de este escrito.

Lo que quiero hacer es una defensa de la ironía, de la actitud irónica, y tal vez, de una educación abierta a este tipo de actitud. El irónico no es un negacionista, sino alguien que ve las cosas de otra manera. Una vez comprendido el sistema, es necesario ver sus puntos débiles, para así tal vez mejorar. La ironía muestra lo que no es evidente, nos hace ver que no sabemos nada, que todo puede ser más. La actitud de Sócrates se encaminaba a encontrar definiciones, baremos absolutos sobre los que basar toda discusión humana. Yo abogaría más por una ironía encaminada a una visión crítica del mundo, de la sociedad, de la cultura, y de esta manera sobrepasar las «necesidades» -o eso parece- heterónomas que nos atan a ideología, y poder darnos nuestra propia ley. He ahí el peligro de la ironía, hacernos pensar.

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