Soy un perturbado, un loco, un desequilibrado… y quien afirme esto miente como un bellaco. La verdad está en tensión consigo misma. La verdad es un mensaje en una botella, enigmático, misterioso, sobre lo que recaen multitud de interpretaciones, sin que haya nada que verdaderamente, con total certidumbre, diga «lo que es» (ya que carecemos del código inicial con el que fue enunciado el mensaje). La verdad se resiste a ser integrada al mundo de los hombres, donde todo es bueno y bonito, y UNO, que es lo más importante. La verdad es ella y su sombra, al igual que si existe lo bello, es porque hay algo «no tan bello» -feo- cerca, para discernir. La verdad es un continuo péndulo discrepante. La verdad es el objeto principal del principio de incertidumbre de Eisenberg. La verdad es inefable.
¿Tiraré entonces la toalla?
La voluntad aspira a un todo abarcable y fecundo, posibilista, azaroso y espontaneo dentro de unos parámetros controlables. Vivir felizmente es saber que lo que te va a ocurrir va a encontrarse dentro de los límites concebibles en la estructura de tu vida. Lo extraño no será más que una «mutación» aparente de algo común. «Caelum non animum mutant qui trans mare current»: Quienes cruzan el mar cambian de cielo, no de alma (Horacio). A fin de cuentas todo es lo mismo y todo siempre gira alrededor de lo mismo y siempre somos los mismos, no existe nada nuevo para el hombre, y no se nos puede cambiar. Pero, ¿es esto completamente cierto? Si todo fuera igual que siempre seríamos felices sabiéndonos el centro del universo, y mecanismos como el «ipod» o el «internacionalismo» (ejemplos al azar) nos deberían ser completamente ajenos. Pero no, aparecen nuevas formas de entender, y que si bien ahí siempre han estado, nunca hemos sido completamente conscientes de ellas. El cogito cartesiano ya estaba preconceptualizado en San Agustín; y la dialéctica negativa adorniana podemos intuirla en Pseudo-Dionisio o incluso en el «Parménides» de Platón. Sin embargo, parece que ahora todo se presenta al hombre mezclado. Toda la tradición y todo lo nuevo aparece simultaneamente como una intuición pura y directa.
O somos un todo fracasado, o una nada potencial.
El mundo ahora es demasiado complejo, y parece que la especialización del saber (en sub-materias cada vez más específicas) no está ayudando a comprender mejor el mundo. Aparece un nuevo existencialismo, en el que no somos individuos en medio de la nada -por construir (por nosotros)-, sino que somos motas lanzadas a una totalidad, un plenum abrumador. La oportunidad de tener oportunidades a nuestra elección, pero no se nos educa para saber elegir -críticamente- entre la pluralidad abrumadora, sólo a ver el punto en el horizonte al que nos dirigimos. ¿Cómo aunar ese deseo permanente del hombre por los absolutos, por lo seguro en íntegro dentro de un sistema racional, con la realidad del mundo, el devenir, la pluralidad verdaderamente plural, de contrarios, heraclitea, negativa? ¿Haciendo de la vida ese work in progress de Adorno? ¿La continua e inacabada crítica, el pensamiento sin conclusión? También suena igual de abrumador…
Work in progress…